sábado, 30 de octubre de 2010

El día que Kirchner murió

El día que Kirchner se murió me levanté temprano, aunque no tanto como había programado. La noche anterior Silvina me había dicho que trabaje en casa, que recorra lugares públicos y mande la crónica de color sobre el día del censo, porque las compus para que trabajemos todos después de las 15 no iban a alcanzar. Para mí era magnífico. ¿Mis planes? Levantarme tipo siete, desayunar bien, agarrar la bici y arrancar hasta la florida, con unas frutas, un librin, el grabadorcin, todo para una jornada piquiniquera-periodística. O casi eso quería. Pero obviamente no fue así. 

Ese día, el que Kirchner se murió, me levanté como a las nueve, tomé unos mates, comí unas manzanas, esperé un rato al censista. Después, de a poco, lentamente, empecé a prepararme para el pic - nic. Estaba en el baño cuando escuché a Julián gritar: "¡Viste papá, se murió Kirchner!"; y seguía en el baño cuando escuché a mi papá contestarle un algo parecido a bahquédecis. Yo pensé lo mismo, por eso primero terminé de preparar el kit piquiniquero-periodístico y después bajé. Y efectivamente, Kirchner se había muerto.

Después de ese momento podrían haber pasado dos cosas: o salir o vivir ese mundo de velorio y tristeza que te contaba que se estaba haciendo historia, que comparaba ese día con el de la muerte de Perón, que te sumía en la incertidumbre...

... ese día que se murió Kirchner yo sentí un chuchi en el alma. Pero no de los genes peronistas que heredé de todas mis ramas familiares, no, sino otro chuchi, de incertidumbre y un poco de bronca.

Qué sé yo...

Qué sé yo. Tenía chuchi y bronca.

Además pasaba eso, lo de los genes. De los genes que vienen en la sangre y de los que te criaron, como los de Estela o Juanjo o Rober o Ivone o Carlitos o Silvina o Edgardo y etcétera de la gente del Sindi. Por eso cuando me enteré de la muerte de Kirchner y de que Roberto no paraba de llorar, mandé a rastrear a mi abuela. ¡¡A ver si se nos moría!! Pero ella estaba peleándose en lo de una vecina, porque la otra no quería censarse por lo de la inseguridad. Y no, no se murió, aunque le advertimos que no se machaque mucho frente a la tele, a ver si se bajoneaba.

También lloraba mi papá, y mi mamá por teléfono casi. A mí no se me inmutaron más que algunas pieles de gallina, pero por lo de los genes, porque algunas cosas pasaban por mi cabeza, de Perón (como la primera palabra que mi abue quiso que diga), de los gorilas, de los K, etcétera. Porque de última, mi familia es bien peronista y le gusta la cosa peronista, y yo nací un poco así, entre varias muchedumbres pobres y de clase media, con los asados del tio Willy y el viva perón viva perón de la abuela de fondo y mi papá festejándola diciéndole que por festejar así la mejor parte de la comida era para ella.    

El día que se murió Kirchner yo salí. Escuché Extremoduro toda la mañana y bailé, un poco en silencio para no molestar a los dolores de los queridos. No fuí a la Florida, al final no, porque me colgué un poco con todo esto, pero sí me comí unas 9 de Oro frente al río, me tomé unos mates, y, mientras, pseudotrabajaba/ y charlaba/ de (des)/organizaciones/ (y hablaba en barritas como Gelman, con el chico que esa vez quiso acompañarme al parque)

Al rato, después de volver y escribir al son de un karaoke improvisado por mis vecinxs, volví al río con las pibas y Morita, que tuvo su primer censo y su primer chichón. Yo estaba contenta, pero pasaba eso, de no saber bien por qué me daba como una culpa de genes. Era como que algo me decía cheeee, no tenés que estar contenta. Y yo pensaba que cheeee, pero en realidad, ¿¿qué pasó??. Y entonces volvía a estar contenta. Era como una vuelta entre esa realidad y mi realidad.

El día que se murió Kirchner yo salí al río, y bailé, y estuve feliz. Por las noches también estuve girando, y también estaba todo bien. Mis inquietudes seguían intactas. Mis alegrías también.

Al otro día que se murió Kirchner tuve que trabajar. Está buena la redacción un día así, más cuando no "trabajamos", sino que armamos un piquiniqui periodístico con facturas y mates, frente a nuestra pantalla gigante y miramos eso que dicen que pasa (mientras pasan otras tantas cosas, pensaba...) y lo charlamos, y vemos cómo hay que ver todo lo que pasa, cómo lo publicamos, qué decimos, qué contamos. Me gusta la redacción del diario, más porque hay que reconstruir la realidad de la manera más justa posible. Justa para cada uno, eso sí. Pero ahora no viene al caso la tarea periodística. 

Después salí, y cuando llegué a casa el viejo seguía triste. El viejo, la vieja, Rober, Juanjo, Estela, los amigos, los abuelos, el tío. Ese día podría haberme quedado en casa, llorando con los que lamentan haber perdido el lider que marcó el camino. Ese día, por suerte, arranqué de nuevo y armé el mío propio.

Hoy, que ya hace dos días que se murió Kirchner, volví a sentir un chuchi. Cuando Sandra Russo (¡es tan linda y escribe tan bien!) lloró y cuando la señora pobre también lloró. Me acordé de mi abuelo mirando fútbol antes y después del kirchnerismo. El fútbol para mi abuelo es lo máximo, lo más lindo de las pocas cosas que puede hacer, y lo disfruta, la pasa bomba. Yo lo entiendo. Y me acordaba de que él antes sólo miraba las tribunas, porque no podía pagar el codificado. Y que después podía mirar todos, todos, los partidos gratis. Y pensaba en su alegría de viejo futbolero.

Pensé en eso y me dio un chuchi. Por los genes, y porque soy un poco maricona. Pero no lloré, no. Tampoco estuve triste. Solamente que me confundo por un instante. Después pienso en la Laura de antes y en la de después del día que se murió Kirchner. Y en los miedos, las alegrías, las tristezas. Y todo sigue igual sigue igual...

Una ¿lástima? nomás sentirme un rato ajena al mundo de los de todos los días a días.

lunes, 25 de octubre de 2010

A la mujer - Ricardo Flores Magón

Compañeras: la catástrofe está en marcha, airados los ojos, el rojo pelo al aire, nerviosas las manos prontas a llamar a las puertas de la patria. Esperémosla con serenidad. Ella, aunque trae en su seno la muerte, es anuncio de vida, es heraldo de esperanza. Destruirá y creará al mismo tiempo; derribará y construirá. Sus puños son los puños formidables del pueblo en rebelión. No trae rosas ni caricias: trae un hacha y una tea.
Interrumpiendo el milenario festin de los satisfechos, la sedición levanta la cabeza, y la frase de Baltasar se ha convertido con los tiempos en un puño crispado suspendido sobre la cabeza de las llamadas clases directoras.
La catástrofe está en marcha. Su tea producirá el incendio en que arderán el privilegio y la injusticia. Compañeras, no temáis la catástrofe. Vosotras constituís la mitad de la especie humana, y, lo que afecta a ésta, afecta a vosotras como parte integrante de la humanidad. Si el hombre es esclavo, vosotras lo sois también. La cadena no reconoce sexos; la infamia que avergüenza al hombre os infama de igual modo a vosotras. No podéis sustraeros a la vergüenza de la opresión: la misma garra que acogota al hombre os estrangula a vosotras.
Necesario es, pues, ser solidarios en la gran contienda por la libertad y la felicidad. ¿Sois madres? ¿Sois esposas? ¿Sois hermanas? ¿Sois hijas? Vuestro deber es ayudar al hombre; estar con él cuando vacila, para animarlo; volar a su lado cuando sufre para endulzar su pena y reir y cantar con él cuando el triunfo sonrie. ¿Que no entendéis de política? No es ésta una cuestión de política: es una cuestión de vida o muerte. La cadena del hombre es la vuestra ¡ay! y tal vez más pesada y más negra y más infamante es la vuestra. ¿Sois obrera? Por el solo hecho de ser mujer se os paga menos que al hombre y se os hace trabajar más; tenéis que sufrir las impertinencias del capataz o del amo, y si además sois bonita, los amos asediarán vuestra virtud, os cercarán, os estrecharán a que les deis vuestro corazón, y si flaqueais, os lo robarán con la misma cobardía con que os roban el producto de vuestro trabajo.
Bajo el imperio de la injusticia social en que se pudre la humanidad, la existencia de la mujer oscila en el campo mezquino de su destino, cuyas fronteras se pierden en la negrura de la fatiga y el hambre o en las tinieblas del matrimonio y la prostitución.
Es necesario estudiar, es preciso ver, es indispensable escudriñar página por página de ese sombrío libro que se llama la vida, agrio zarzal que desgarra las carnes del rebaño humano, para darse cuenta exacta de la participación de la mujer en el universal dolor.
El infortunio de la mujer es tan antiguo, que su origen se pierde en la penumbra de la leyenda. En la infancia de la humanidad se consideraba como una desgracia para la tribu el nacimiento de una niña. La mujer labraba la tierra, traía leña del bosque y agua del arroyo, cuidaba el ganado, ordeñaba las vacas y las cabras, construía la choza, hacía las telas para los vestidos, cocinaba la comida, cuidaba los eufermos y los niños. Los trabajos más sucios eran desempeñados por la mujer. Si se moría de fatiga un buey, la mujer ocupaba su lugar arrastrando el arado, y cuando la guerra estallaba entre dos tribus enemigas, la mujer cambiaba de dueño; pero continuaba, bajo el látigo del nuevo amo, desempeñando sus funciones de bestia de carga.
Más tarde, bajo la influencia de la civilización griega, la mujer subió un peldaño en la consideración de los hombres. Ya no era la bestia de carga del clan primitivo ni hacía la vida claustral de las sociedades del Oriente; su papel entonces fue el de productora de ciudadanos para la patria, si pertenecía a una familia libre, o de siervos para la gleba, si su condición era de ilota.
El cristianismo vino después a agravar la situación de la mujer con el desprecio a la carne. Los grandes padres de la Iglesia formularon los rayos de su cólera contra las gracias femeninas; y San Agustín, Santo Tomás y otros santos, ante cuyas imágenes se arrodillan ahora las pobres mujeres, llamaron a la mujer hija del demonio, vaso de impureza, y la condenaron a sufrir las torturas del infierno.
La condición de la mujer en este siglo varía según su categoría social; pero a pesar de la dulcificación de las costumbres, a pesar de los progresos de la filosofía, la mujer sigue subordinada al hombre por la tradición y por la ley. Eterna menor de edad, la ley la pone bajo la tutela del esposo; no puede votar ni ser votada, y para poder celebrar contratos civiles, forzoso es que cuente con bienes de fortuna.
En todos los tiempos la mujer ha sido considerada como un ser inferior al hombre, no sólo por la ley, sino también por la costumbre, y a ese erróneo e injusto concepto se debe el infortunio que sufre desde que la humanidad se diferenciaba apenas de la fauna primitiva por el uso del fuego y el hacha de sílex.
Humillada, menospreciada, atada con las fuertes ligaduras de la tradición al potro de una inferioridad irracional, familiarizada por el fraile con los negocios del cielo, pero totalmente ignorante de los problemas de la tierra, la mujer se encuentra de improviso envuelta en el torbellino de la actividad industrial que necesita brazos, brazos baratos sobre todo, para hacer frente a la competencia provocada por la voracidad de los príncipes del dinero y echa garra de ella, aprovechando la circunstancia de que no está educada como el hombre para la guerra industrial, no está organizada con las de su clase para luchar con sus hermanos los trabajadores contra la rapacidad del capital.
A esto se debe que la mujer, aun trabajando más que el hombre, gana menos, y que la miseria, y el maltrato y el desprecio son hoy, como lo fueron ayer, los frutos amargos que recoge por toda una existencia de sacrificio. El salario de la mujer es tan mezquino que con frecuencia tiene que prostituirse para poder sostener a los suyos cuando en el mercado matrimonial no encuentra un hombre que la haga su esposa, otra especie de prostitución sancionada por la ley y autorizada por un funcionario público, porque prostitución es y no otra cosa, el matrimonio, cuando la mujer se casa sin que intervenga para nada el amor, sino sólo el propósito de encontrar un hombre que la mantenga, esto es, vende su cuerpo por la comida, exactamente como lo practica la mujer perdida, siendo esto lo que ocurre en la mayoría de los matrimonios.
¿Y qué podría decirse del inmenso ejército de mujeres que no encuentran esposo? La carestía creciente de los articulos de primera necesidad, el abaratamiento cada vez más inquietante del precio del trabajo humano, como resultado del perfeccionamiento de la maquinaria, unido todo a las exigencias, cada vez más grandes, que crea el medio moderno, incapacitan al hombre económicamente a echar sobre sí una carga más: la manutención de una familia. La institución del servicio militar obligatorio que arranca del seno de la sociedad a un gran número de varones fuertes y jóvenes, merma también la oferta masculina en el mercado matrimonial. Las emigraciones de trabajadores, provocadas por diversos fenómenos económicos o políticos, acaban por reducir todavía más el número de hombres capacitados para contraer matrimonio. El alcoholismo, el juego y otros vicios y diversas enfermedades reducen aún más la cifra de los candidatos al matrimonio. Resulta de esto que el número de hombres aptos para contraer matrimonio es reducidísimo y que, como una consecuencia, el número de solteras sea alarmante, y como su situación es angustiosa, la prostitución engrosa cada vez más sus filas y la raza humana degenera por el envilecimiento del cuerpo y del espíritu.
Compañeras: este es el cuadro espantoso que ofrecen las modernas sociedades. Por este cuadro veís que hombres y mujeres sufren por igual la tiranía de un ambiente político y social que está en completo desacuerdo con los progresos de la civilización y las conquistas de la filosofia. En los momentos de angustia, dejad de elevar vuestros bellos ojos al cielo; ahi están aquéllos que más han contribuido a hacer de vosotras las eternas esclavas. El remedio está aquí, en la Tierra, y es la rebelión.
Haced que vuestros esposos, vuestros hermanos, vuestros padres, vuestros hijos y vuestros amigos tomen el fusil. A quien se niegue a empuñar un arma contra la opresión, escupidle el rostro.
La catástrofe está en marcha. Jiménez y Acayucan,Palomas, Viesca, Las Vacas y Valladolid son las primeras rachas de su aliento formidable. Paradoja trágica: la libertad, que es vida, se conquista repartiendo la muerte.

(De Regeneración, 24 de septiembre de 1910).

sábado, 16 de octubre de 2010

Al fondo de la red - Contrafarsa & Mauricio Ubal

esta es pura esencia de fútbol
la versión bersuitera no deja nada que desear .
qué lindo !!!

olé olé olé olá!!!!!

Queríamos tomar agua de lluvia
Como cuando pendejos
Sin miedo al malestar
Queríamos pisar baldosas flojas
Para empapar de frente
Al primer gil calentón
Y también patear por la orilla del mar
hundiendo los pies en la espuma fría
O cruzar el río sin saber nadar
Por puro placer, sin ninguna red
Queríamos pegarnos un buen baño
Para lavar las culpas
De tanta rigidez
Porque vinimos, porque nacimos
Porque salimos del agua
Porque soñamos y la tomamos
Pero vivimos secos
Porque vinimos, porque nacimos
POrque somo como el agua
Porque soñamos, nos calentamos
Y al fin nos hacemos humo









Y al fin nos hacemos humo
Yo no soy la gota que rebalsó tu vaso
Te aviso que para mi es el vicio
De este payaso sin risas
Que de lágrimas se ahoga
Tiré la soga
El barba no dio bola
Dijo: "Hijo no te inundes,
sos el último en la cola"
Dejamos pasar el tiempo que nos condena
Que pena
Y la mierda que nos rodea aun queda
Zapatos rotos, cordones flojos
Y un sueño:
de nuestro mundo somos dueños


Queríamos saltar sobre los charcos
Con zapatillas blancas
Para que se enoje mamá
Queríamos que se inundara todo
Y las bocas de tormenta
No alcancen a desagotar
Y también patear por la orilla del mar
hundiendo los pies en la espuma fría
O cruzar el río sin saber nadar
Por puro placer, sin ninguna red
Porque vinimos, porque nacimos
Porque salimos del agua
Porque soñamos, y la tomamos
Pero vivimos secos
Porque vinimos, porque nacimos
Porque somo como el agua
Porque soñamos, nos calentamos
Y al fin nos hacemos humo
Y al fin nos hacemos humo
Rebalsó
La gota que nadie esperó
Sin verla ni beberla nos ahogamos en un vaso
En esta inundación
La gota que nadie esperó
Sin verla ni beberla nos ahogamos en un vaso
Sin agua

lunes, 11 de octubre de 2010





**** Este es un tema muy importante en mi vida - me trae muchos recuerdos interesantes.
Y bueno, este finde lo escuché mucho.
Es lo que queda

domingo, 3 de octubre de 2010

texto 5

A mspibesun
A mi corazón le esta sobrando un bandoneón

Lo más lindo fue que era zona sur y había sol. Al fin.

También que estaba bueno ir en bici por las calles (¿donde me enseñaste que el camino no empezó?) que alguna vez nos pertenecieron. Esas calles que recorríamos para ir a la pile de una buena vez, comprar unos porrones, saludarnos o simplemente ir de la mano un rato -.

Era el sol, eran las calles, o que de vuelta eras mi refugio.
O que me sentía como en casa de nuevo.
O tu pelo, tu cara, tu sonrisa, lo que fuiste, lo que sos, lo que vas a ser.
O tus palabras caídas, tus palabras escondidas, tus palabras con sentido; tus palabras que me gustan, tus palabras que detesto.
O tus manos, tus abrazos. La incertidumbre, la certeza. El cuánto, el cómo, el por qué. Tus miradas que se escapaban. Tus melodías. Tus idas. Tus venidas. El enojo. El cariño. ¿El amor?

O todo eso, qué se yo. Pero ayudaba para que haya sido lindo. Ni perfecto, ni excelente, sino lindo, lindísimo, como esa noche que dijiste que no recordabas. Era la suma justa de hechos y sensaciones que hacia que no tenga que dar explicaciones, sino dejar que nos riamos a la par (nada como ir juntos) – que nos riamos en banda – como si todo fuera normal, como antes, que iba uno tras otro a buscar un porrón, maní, papitas, y hablábamos horas, tantas, que el sol nos rodeaba por completo y regalaba un atardecer, y seguíamos tirados, hablando, con un abrazo, dos abrazos, un beso, otro beso… y la pena se fue con el humo.

Fue lindo porque te levantaste, te fuiste y yo me quedé ahí. Siempre me dejaste sola y siempre volviste, a acordarte de esa noche, a darme gracias y decir que fue lindo, ¿porque estábamos en zona sur y había sol? ¿Porque esas calles volvieron a ser nuestras? ¿Porque hace bien cambiar de aires?  ¿O porque nos refugiamos entre tus melodías y mis palabras un buen rato – y las miradas fueron el puente perfecto?  Volviste a darme unos empujones a la realidad y dejarme colgando de un beso de gracias, te sigo queriendo…  A despedirme, y al compás del coro de lospibes decir: volvé, no desaparezcas tanto, es una alegría que estés acá…  Y, de paso, a poner esa música que nosotros bien sabemos y dejarme pedaleando por la zona sur – con el calorcito que el sol deja de la tarde – canturreando una canción de nostalgias y canticos de los descorazonados.

viernes, 1 de octubre de 2010

en tiempos de mala magia....

...mi canción favorita del mundo entero.