El día que Kirchner se murió me levanté temprano, aunque no tanto como había programado. La noche anterior Silvina me había dicho que trabaje en casa, que recorra lugares públicos y mande la crónica de color sobre el día del censo, porque las compus para que trabajemos todos después de las 15 no iban a alcanzar. Para mí era magnífico. ¿Mis planes? Levantarme tipo siete, desayunar bien, agarrar la bici y arrancar hasta la florida, con unas frutas, un librin, el grabadorcin, todo para una jornada piquiniquera-periodística. O casi eso quería. Pero obviamente no fue así.
Ese día, el que Kirchner se murió, me levanté como a las nueve, tomé unos mates, comí unas manzanas, esperé un rato al censista. Después, de a poco, lentamente, empecé a prepararme para el pic - nic. Estaba en el baño cuando escuché a Julián gritar: "¡Viste papá, se murió Kirchner!"; y seguía en el baño cuando escuché a mi papá contestarle un algo parecido a bahquédecis. Yo pensé lo mismo, por eso primero terminé de preparar el kit piquiniquero-periodístico y después bajé. Y efectivamente, Kirchner se había muerto.
Después de ese momento podrían haber pasado dos cosas: o salir o vivir ese mundo de velorio y tristeza que te contaba que se estaba haciendo historia, que comparaba ese día con el de la muerte de Perón, que te sumía en la incertidumbre...
... ese día que se murió Kirchner yo sentí un chuchi en el alma. Pero no de los genes peronistas que heredé de todas mis ramas familiares, no, sino otro chuchi, de incertidumbre y un poco de bronca.
Qué sé yo...
Qué sé yo. Tenía chuchi y bronca.
Además pasaba eso, lo de los genes. De los genes que vienen en la sangre y de los que te criaron, como los de Estela o Juanjo o Rober o Ivone o Carlitos o Silvina o Edgardo y etcétera de la gente del Sindi. Por eso cuando me enteré de la muerte de Kirchner y de que Roberto no paraba de llorar, mandé a rastrear a mi abuela. ¡¡A ver si se nos moría!! Pero ella estaba peleándose en lo de una vecina, porque la otra no quería censarse por lo de la inseguridad. Y no, no se murió, aunque le advertimos que no se machaque mucho frente a la tele, a ver si se bajoneaba.
También lloraba mi papá, y mi mamá por teléfono casi. A mí no se me inmutaron más que algunas pieles de gallina, pero por lo de los genes, porque algunas cosas pasaban por mi cabeza, de Perón (como la primera palabra que mi abue quiso que diga), de los gorilas, de los K, etcétera. Porque de última, mi familia es bien peronista y le gusta la cosa peronista, y yo nací un poco así, entre varias muchedumbres pobres y de clase media, con los asados del tio Willy y el viva perón viva perón de la abuela de fondo y mi papá festejándola diciéndole que por festejar así la mejor parte de la comida era para ella.
El día que se murió Kirchner yo salí. Escuché Extremoduro toda la mañana y bailé, un poco en silencio para no molestar a los dolores de los queridos. No fuí a la Florida, al final no, porque me colgué un poco con todo esto, pero sí me comí unas 9 de Oro frente al río, me tomé unos mates, y, mientras, pseudotrabajaba/ y charlaba/ de (des)/organizaciones/ (y hablaba en barritas como Gelman, con el chico que esa vez quiso acompañarme al parque)
Al rato, después de volver y escribir al son de un karaoke improvisado por mis vecinxs, volví al río con las pibas y Morita, que tuvo su primer censo y su primer chichón. Yo estaba contenta, pero pasaba eso, de no saber bien por qué me daba como una culpa de genes. Era como que algo me decía cheeee, no tenés que estar contenta. Y yo pensaba que cheeee, pero en realidad, ¿¿qué pasó??. Y entonces volvía a estar contenta. Era como una vuelta entre esa realidad y mi realidad.
El día que se murió Kirchner yo salí al río, y bailé, y estuve feliz. Por las noches también estuve girando, y también estaba todo bien. Mis inquietudes seguían intactas. Mis alegrías también.
Al otro día que se murió Kirchner tuve que trabajar. Está buena la redacción un día así, más cuando no "trabajamos", sino que armamos un piquiniqui periodístico con facturas y mates, frente a nuestra pantalla gigante y miramos eso que dicen que pasa (mientras pasan otras tantas cosas, pensaba...) y lo charlamos, y vemos cómo hay que ver todo lo que pasa, cómo lo publicamos, qué decimos, qué contamos. Me gusta la redacción del diario, más porque hay que reconstruir la realidad de la manera más justa posible. Justa para cada uno, eso sí. Pero ahora no viene al caso la tarea periodística.
Después salí, y cuando llegué a casa el viejo seguía triste. El viejo, la vieja, Rober, Juanjo, Estela, los amigos, los abuelos, el tío. Ese día podría haberme quedado en casa, llorando con los que lamentan haber perdido el lider que marcó el camino. Ese día, por suerte, arranqué de nuevo y armé el mío propio.
Hoy, que ya hace dos días que se murió Kirchner, volví a sentir un chuchi. Cuando Sandra Russo (¡es tan linda y escribe tan bien!) lloró y cuando la señora pobre también lloró. Me acordé de mi abuelo mirando fútbol antes y después del kirchnerismo. El fútbol para mi abuelo es lo máximo, lo más lindo de las pocas cosas que puede hacer, y lo disfruta, la pasa bomba. Yo lo entiendo. Y me acordaba de que él antes sólo miraba las tribunas, porque no podía pagar el codificado. Y que después podía mirar todos, todos, los partidos gratis. Y pensaba en su alegría de viejo futbolero.
Pensé en eso y me dio un chuchi. Por los genes, y porque soy un poco maricona. Pero no lloré, no. Tampoco estuve triste. Solamente que me confundo por un instante. Después pienso en la Laura de antes y en la de después del día que se murió Kirchner. Y en los miedos, las alegrías, las tristezas. Y todo sigue igual sigue igual...
Una ¿lástima? nomás sentirme un rato ajena al mundo de los de todos los días a días.