sábado, 29 de enero de 2011


No morimos envueltos en banderas,
Acá la revolución la hacemos en bicicleta,
pintando poesías en las paredes,
tomando mate bajo la luna casi llena.

No sé cómo se llama la luna cuando está casi llena,
Cuando parece que tiene un dedo encima, que es un dibujo desprolijo,
O que la borraste por la mitad.
Pero te invito a que vayamos para allá, a tomar mates mientras todos duermen,
Y a jugar, y creernos, que la luna tiene un dedo encima.

Ya habrá momentos para que a la luna casi llena le digamos
(Ahora sé),
creciente o menguante;
será cuando paseemos por Santa Isabel y también nos inviten al banquete de verduras, papines, y pinos – porque nada se tira, todo se recupera - ;
Y después chapoteemos en un mar bajo las barrancas
cantando nocturnas o valses para la duna.
Será cuando no sea necesario tener miedo,
O pintar poesía en las paredes;
Cuando el corazón baile todo el día al compás de la destrucción,
De la pasión por la creación.

Pero acá todavía no. Acá salimos en bicicleta,
Contra el terror,
Y damos una vuelta y miramos la ciudad,
Y llenamos sus rincones de pequeñas historias,
Y juntamos papel, para que vuelva a ser papel, y lo cocemos, para que vuelva a servir;
Como cocemos la revolución,
Y las horas, y los minutos, y somos más,
Y uno…

…Que bajo la luna casi llena intenta(mos) entender por qué todavía no,
Por qué no renacen las rebeldías de la tierra,
Y morimos envueltos en banderas.

Nos zambullimos en un mar de palabras y queremos saber por qué,
o cómo: cómo hacer para que surjan de nuevo fundando realidades,
y no de a pasitos, sino a saltos agigantados,
así mañana nomás nos encontremos en las barricadas,
y recuerde con un poco de nostalgia
cuando me zambullía en las palabras y aprendía de las muertes y la vida,
y me llenaba sólo con mirar las estrellas,
pensando que la luna tenía un dedo encima,
porque así estaba un poco más lejos, o más cerca,
según dónde me encontraran los pies y el alma,
según dónde quiera sentirme.

martes, 18 de enero de 2011

Mis Ojos - Enrique González Tuñón

y hablando de enriques gonzález tuñónes, 
uno de él, (uno de los escritores más raros que he conocido):

Don Agustín, filósofo energúmeno del café de "La Araña", desalojó de su privilegiada mollera para ubicar en un apólogo, a un pobre hombre insensato que creía en lo sobrenatural y que negaba la realidad externa. 

Este hombre insensato del apólogo de don Agustín, aplicó a sus ojos, con la ayuda de un sabio italiano apellidado Rissotto, la virtud perforadora de los rayos X. 

Y ocurrió que el hombre insensato fue precursor del futurismo y terminó sus días en el manicomio. 

Yo padezco también, sin haber conocido el milagroso bisturí de Rissotto, la enorme desgracia de los ojos X. 

Poseer ojos X es síntoma de anormalidad. Anormalidad inofensiva para el prójimo y libre del socorrido chaleco de fuerza. 

Esto, agregado a las seguridades que me otorgan aquellos que sufren mi cercanía, me convence de que, efectivamente, soy un hombre anormal, una especie de sujeto de laboratorio. 

Por tal me tengo desde que mis miradas rectas y certeras se incautaron de un nuevo y simple modelo filosófico, del cual resulta fácil desglosar un bondadoso sentido de la vida. 

Sin realizar el misterioso aprendizaje de las ciencias ocultas, por temor de perturbar el sueño, he aquí que mis ojos esclarecieron el alma de las cosas inanimadas y atraparon la ridícula pedantería del hombre que, como yo, habla a menudo en primera persona. 

Porque es preciso -ya que nuestros progenitores nos colocaron en el duro trance de vivir- encarar la vida desde un grotesco punto de vista. Y sonreír, frente a las novísimas ediciones de tragedias antiguas, con esa sonrisa sin repuesto, estereotipada en el rostro de un loco dócil. 

El hombre de los ojos X es humanamente bueno porque vela vida en paños menores y presiente lo poco que valemos, la insignificancia de nuestras actitudes y la inutilidad de nuestros malos humores. 

Tener ojos X que perforan la materia, es llegar sin esfuerzo al esqueleto. De aquí que no resulte muy regocijante extraviarse en soliloquios con el propio esqueleto, sentado en pose meditativa bajo el huraño ademán del mozo de café o moviéndose cómodamente, como un títitere de barracón de feria. 

Los ojos X miran el fondo de las cosas. Si no fuera así y vieran a trasluz, permutaría mi posición de periodista por el descansado, lucrativo y noble oficio de tahúr. 

Quizás sean los ojos X, consecuencia fatal del mal específico que enloqueció a nuestros ascendientes. 

Yo sólo sé que mis ojos X no tienen remedio y que es inútil y tonto pretender distraerlos con el lente ahumado de espectáculos maravillosamente lujuriosos. 

Mis ojos X están enfermos de ver siempre un mismo melancólico paisaje de almas. 

El día en que se aburran definitivamente y cansados de desnucarse contra las cosas inanimadas, se decretará la noche eterna en el inacabable bostezo de mi vida.
He visto Morir...

Por Roberto Arlt

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

[de Aguafuertes Porteñas]

lunes, 17 de enero de 2011




es tan sencillo hacerme feliz,
 
 
que me de el aire en la cara,
 
 
que suene la guitarra del Kolibrí,
 
 
bailar de madrugada si me da la puta gana,
 
 
que suene la puerta y pregunten por mí

 
tus manos abiertas, 


despegar los labios,
 
 

verte sonreir,..........a tí.










No más, mi amor

no más el viento que hiela mi voz.

No más palabras tontas y no más esperar, no.

Miedo a volver, infierno-atardecer,

miedo a caer sin tus brazos después.

Miedo a extrañar tus ojos, miedo a morir de a poco.

No más soñar, no más mirarte a los ojos, no más.

No más confiar en nadie, no más pelear por nadie.

No más, mi amor. 


 








una canción de esas que escucho toda la tarde tomando sol y tomando mate frente a mi piscina 
y leyendo
y así,

la buena vida del calor. 


¡viva!