sábado, 25 de junio de 2011

1. Días de barrio y de guerra

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Una noche, ¿sabes?, una muchacha de nuestra barraca empezó a dar gritos terribles mientras dormía; unos minutos después, todas estábamos gritando sin saber por qué. ¿Por qué?


Pienso que ese sonido lastimoso que, en ocasiones -sólo Dios sabe cómo- cruza los aires como un pájaro sin cuerpo, es una expresión reconcentrada del último vestigio de la dignidad humana. 


Es la forma, tal vez la única, que tiene un hombre de dejar una huella, de decir a los demás cómo vivió y murió. Con sus gritos hace valer su derecho a la vida, envía un mensaje al mundo exterior pidiendo ayuda y exigiendo resistencia. Si ya no queda nada, uno debe gritar. 


El silencio es el verdadero crimen de lesa humanidad. Y Ruth, "la que nps hace reír" (porque ella siempre dice algo que nos hace reír), dice que cuando gritamos tenemos que decir "gol". Que da lo mismo y no cuesta nada, y reírse un poquito del dolor hace al dolor un poco más pequeño.  "¡Gooolll!". Así. 


Cuando era pequeña, Isaac, me preguntaba dónde iban los sueños. Tú sueñas, y el sueño es como el agua. ¿Dónde va toda esa agua? ¿A los mares? Y luego, ¿serán nubes? Los sueños, entonces, regresan con las lluvias. 


¿Y los gritos? Hoy me pregunto, los gritoss, ¿dónde van? No pueden, no deben perderse. No es posible que se pierdan, no pueden deshacerse en la nada, no pueden morir en nada, morir para nada, para algo se han creado, para algo se han gritado, Isaac, el grito no muere, no puede morir. No muere. Nosotros sí que morimos, cada amanecer, en cada selección de Grete, en cada tren que llega. Pero nuestros gritos no, el grito no. 


Quiera Dios que nuestros gritos se escondan bajo las almohadas de los que no saben, de los que saben y callan, de los que no quieren saber. 




***


A las cuatro y media de la tarde se escucharon dos disparos. Y de inmediato, un fuego majestuoso estalló sobre las cámaras de gas. 


Dos de los SS que conducían las excavadoras yacen muertos. Tomamos sus fusiles. Los ucranianos se desconciertan, levantan las manos. Entonces nos lanzamos hacia las alambradas, gritando. 


Gritando, simplemente gritando, modulando gritos, gritos, Isaac, solo gritos que rajan el aire, gritos que estallan en nuestras gargantas, liberando antes que nada, que nadie, el grito prohibido, reprimido, incinerado. El grito puro, el grito sin consonantes, ancestral, eterno. 


Tan eterno como el silencio de los dioses Isaac, el grito de los hombres


***


Fragmentos de cartas - que no llegaron o llegaron no sabemos - de la "búbele" (abuela) polaca de Mauricio Rosencof desde los campos de concentración. 
Del libro "Las cartas que no llegaron", de, precisamente, M. Rosencof. 

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