"Cuando los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros, se pensaron en cómo y para qué iban a hacer lo que iban a hacer, hicieron una su asamblea donde cada cual sacó su palabra para saberla y que los otros la conocieran. Así cada uno de los más primeros dioses iba sacándose una palabra y la aventaba al centro de la asamblea y ahí rebotaba y llegaba a otro dios que la agarraba y la aventaba de nuevo y así como pelota iba la palabra de un lado a otro hasta que ya todos la entendían y entonces hacían en su acuerdo los dioses más grandes que fueron los que nacieron todas las cosas que llamamos mundos.
Uno de los acuerdos que encontraron cuando sacaron sus palabras fue el que cada camino tuviera su caminante y cada caminante su camino. Y entonces iban naciendo las cosas completas o sea que cada quien con su cada cual.
Así fue como nacieron el aire y los pájaros. O sea que no hubo primero aire y luego pájaros para que lo caminaran, ni tampoco hicieron los pájaros primero y después el aire para que lo volaran. Igual hicieron con el agua y los pescados que la nadan, la tierra y los animales que la andan, el camino y los pies que lo caminan.
Pero hablando de los pájaros, hubo uno que mucho protestaba contra el aire. Decía este pájaro que mejor y más rápido volara si el aire no se le opusiera. Mucho rezongaba este pájaro porque, aunque su vuelo era ágil y veloz, siempre quería que fuera más y mejor, y si no podía serlo era porque, decía él, el aire se convertía en un obstáculo. Los dioses se fastidiaron de que mucho mal hablaba este pájaro que en el aire volaba y del aire se quejaba.
Así que, de castigo, los dioses primeros le quitaron las plumas y la luz de los ojos. Desnudo lo mandaron al frío de la noche y ciego debía volar. Entonces su vuelo, antes gracioso y ligero, se volvió desordenado y torpe.
Pero ya hallado y después de muchos golpes y tropiezos, el pájaro éste se dio la maña de ver con los oídos. Hablándole a las cosas, este pájaro, o sea el Tzotz, orienta su camino y conoce el mundo que le responde en lengua que solo él sabe escuchar. Sin plumas que lo vistan, ciego y con un vuelo nervioso y atropellado, el murciélago reina la noche de la montaña y ningún animal camina mejor que él los oscuros aires.
De este pájaro, el Tzotz, el murciélago, aprendieron los hombres y mujeres verdaderos a darle valor grande y poderoso a la palabra hablada, al sonido del pensamiento. Aprendieron también que la noche encierra muchos mundos y que hay que saber escucharlos para irlos sacando y floreciendo. Con palabras nacen los mundos que la noche tiene. Sonando se hacen luces, y tantos son que no caben en la tierra y muchos terminan por acomodarse en el cielo. Por eso dicen que las estrellas se nacen en el suelo.
Los más grandes dioses nacieron también a los hombres y mujeres, no para que uno fuera camino del otro, sino para que fueran al mismo tiempo camino y caminante del otro. Diferentes los hicieron para estarse juntos. Para que se amaran hicieron los más grandes dioses a los hombres y mujeres. Por eso el aire de la noche es el más mejor para volarse, para pensarse, para hablarse y para amarse."
Uno de los acuerdos que encontraron cuando sacaron sus palabras fue el que cada camino tuviera su caminante y cada caminante su camino. Y entonces iban naciendo las cosas completas o sea que cada quien con su cada cual.
Así fue como nacieron el aire y los pájaros. O sea que no hubo primero aire y luego pájaros para que lo caminaran, ni tampoco hicieron los pájaros primero y después el aire para que lo volaran. Igual hicieron con el agua y los pescados que la nadan, la tierra y los animales que la andan, el camino y los pies que lo caminan.
Pero hablando de los pájaros, hubo uno que mucho protestaba contra el aire. Decía este pájaro que mejor y más rápido volara si el aire no se le opusiera. Mucho rezongaba este pájaro porque, aunque su vuelo era ágil y veloz, siempre quería que fuera más y mejor, y si no podía serlo era porque, decía él, el aire se convertía en un obstáculo. Los dioses se fastidiaron de que mucho mal hablaba este pájaro que en el aire volaba y del aire se quejaba.
Así que, de castigo, los dioses primeros le quitaron las plumas y la luz de los ojos. Desnudo lo mandaron al frío de la noche y ciego debía volar. Entonces su vuelo, antes gracioso y ligero, se volvió desordenado y torpe.
Pero ya hallado y después de muchos golpes y tropiezos, el pájaro éste se dio la maña de ver con los oídos. Hablándole a las cosas, este pájaro, o sea el Tzotz, orienta su camino y conoce el mundo que le responde en lengua que solo él sabe escuchar. Sin plumas que lo vistan, ciego y con un vuelo nervioso y atropellado, el murciélago reina la noche de la montaña y ningún animal camina mejor que él los oscuros aires.
De este pájaro, el Tzotz, el murciélago, aprendieron los hombres y mujeres verdaderos a darle valor grande y poderoso a la palabra hablada, al sonido del pensamiento. Aprendieron también que la noche encierra muchos mundos y que hay que saber escucharlos para irlos sacando y floreciendo. Con palabras nacen los mundos que la noche tiene. Sonando se hacen luces, y tantos son que no caben en la tierra y muchos terminan por acomodarse en el cielo. Por eso dicen que las estrellas se nacen en el suelo.
Los más grandes dioses nacieron también a los hombres y mujeres, no para que uno fuera camino del otro, sino para que fueran al mismo tiempo camino y caminante del otro. Diferentes los hicieron para estarse juntos. Para que se amaran hicieron los más grandes dioses a los hombres y mujeres. Por eso el aire de la noche es el más mejor para volarse, para pensarse, para hablarse y para amarse."
- también de los cuentos del subcomandante marcos
Con mi prima Bri una vez robamos una frase que nos explicó esa sensación que teníamos. "La noche debilita los corazones", cantaba Ismael Serrano. Mis primas y yo antes nos lo explicábamos con una mirada y un modo de vivir: desde los atardeceres a los amaneceres. A la noche pasaba todo. A la noche tenía que pasar todo.
Me acuerdo que cuando Bri tuvo la oportunidad de darse un beso con su primer novio ella exigió que sea de noche. Recién cuando apareció la luna se fueron a la placita San Martín y bajo el mástil se enamoraron por primera vez.
En esa placita, también cuando el cielo estaba estrellado, yo le di el primer beso a ese amor de quince años.
Algunas veces dudé de la noche. Y dije que era por las sierras que pasaban esas cosas. Pero cada día descubro más que es la noche la culpable, la que debilita los corazones.
Siempre fue a la luz de la luna (a lo mejor tapada por un techo) que pasaron mis mejores besos, mis mejores charlas, mis mejores abrazos. Fue tirada bajo las estrellas que me salieron las mejores palabras, que creé los mejores recuerdos, que lloré más sinceramente.
También es por la noche, con el corazón débil y cachuzo, que me pongo más triste, que extraño más, que me dan ganas de vomitar miles de palabras. Pero como es por la noche trato de aguantar. Hasta que se me enduresca el alma otra vez, con el sol. Como una piedra. El corazón es un motor que bombea sangre, canto desde la bici, y me siento bien sabiendo que no tengo que preocuparme por alguna sensación molesta*.
A veces abro los ojos, con el nuevo día, y me sigo sintiendo así, caída, flacucha, débil, como anochecida por dentro. Estrellada todo el día, toda la noche. Ahí es cuando me doy cuenta de que me pasan cosas de verdad. Que estoy en un quilombo verdadero. Muy lindo o muy triste, pero verdadero y enigmático al fin; como en estos días, que entre apuntes y falta de sueño, me levanto siempre con un chuchi en el alma. Cargando un abrazo, una sonrisa y una dosis de incertidumbre.
La prueba es que estas palabras me salen al atardecer. Jugo de tomate frío en las venas deberás tener, me vuelvo a cantar. Me salen cuando todavía hay sol, cuando las palabras todavía deberían estar quietas y esperando, como todas las noches, que yo me siente, porque no tengo más fuerzas, porque no tengo más ganas que de sentarme y escuchar. Un poco de música. Y un poco de todo lo que tengo para sentir.