martes, 18 de enero de 2011

Mis Ojos - Enrique González Tuñón

y hablando de enriques gonzález tuñónes, 
uno de él, (uno de los escritores más raros que he conocido):

Don Agustín, filósofo energúmeno del café de "La Araña", desalojó de su privilegiada mollera para ubicar en un apólogo, a un pobre hombre insensato que creía en lo sobrenatural y que negaba la realidad externa. 

Este hombre insensato del apólogo de don Agustín, aplicó a sus ojos, con la ayuda de un sabio italiano apellidado Rissotto, la virtud perforadora de los rayos X. 

Y ocurrió que el hombre insensato fue precursor del futurismo y terminó sus días en el manicomio. 

Yo padezco también, sin haber conocido el milagroso bisturí de Rissotto, la enorme desgracia de los ojos X. 

Poseer ojos X es síntoma de anormalidad. Anormalidad inofensiva para el prójimo y libre del socorrido chaleco de fuerza. 

Esto, agregado a las seguridades que me otorgan aquellos que sufren mi cercanía, me convence de que, efectivamente, soy un hombre anormal, una especie de sujeto de laboratorio. 

Por tal me tengo desde que mis miradas rectas y certeras se incautaron de un nuevo y simple modelo filosófico, del cual resulta fácil desglosar un bondadoso sentido de la vida. 

Sin realizar el misterioso aprendizaje de las ciencias ocultas, por temor de perturbar el sueño, he aquí que mis ojos esclarecieron el alma de las cosas inanimadas y atraparon la ridícula pedantería del hombre que, como yo, habla a menudo en primera persona. 

Porque es preciso -ya que nuestros progenitores nos colocaron en el duro trance de vivir- encarar la vida desde un grotesco punto de vista. Y sonreír, frente a las novísimas ediciones de tragedias antiguas, con esa sonrisa sin repuesto, estereotipada en el rostro de un loco dócil. 

El hombre de los ojos X es humanamente bueno porque vela vida en paños menores y presiente lo poco que valemos, la insignificancia de nuestras actitudes y la inutilidad de nuestros malos humores. 

Tener ojos X que perforan la materia, es llegar sin esfuerzo al esqueleto. De aquí que no resulte muy regocijante extraviarse en soliloquios con el propio esqueleto, sentado en pose meditativa bajo el huraño ademán del mozo de café o moviéndose cómodamente, como un títitere de barracón de feria. 

Los ojos X miran el fondo de las cosas. Si no fuera así y vieran a trasluz, permutaría mi posición de periodista por el descansado, lucrativo y noble oficio de tahúr. 

Quizás sean los ojos X, consecuencia fatal del mal específico que enloqueció a nuestros ascendientes. 

Yo sólo sé que mis ojos X no tienen remedio y que es inútil y tonto pretender distraerlos con el lente ahumado de espectáculos maravillosamente lujuriosos. 

Mis ojos X están enfermos de ver siempre un mismo melancólico paisaje de almas. 

El día en que se aburran definitivamente y cansados de desnucarse contra las cosas inanimadas, se decretará la noche eterna en el inacabable bostezo de mi vida.

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