lunes, 19 de abril de 2010

Texto 1



Iba por calle Riobamba. Hacía un par de días,  17 para ser exacta, que había empezado el otoño; y hacía algunos días menos que el frío y la brisa rapidita aparecieron para quedarse hasta septiembre (o eso se esperaba).

Iba por calle Riobamba, dándole la espalda al río. Siempre que estaba en clase veía el río y pensaba que quería estar ahí. ¡Ay! El agua…Como muchos necesitaban ver su celular, o cambiar su auto, o sacarse una foto y salir bien, ella necesitaba sumergirse de vez en cuando. Era un derecho, una obligación y una necesidad básica de su cuerpo, mente y alma: sumergirse y andar por el agua, sentir “cosquillitas” al dar la vuelta para adelante (muchos han llamado a esa sensación “marearse”… pero allá ellos y su lógica), y, principalmente, convencerse de que estaba volando.

Iba por calle Riobamba, dándole la espalda al río, cuando empezó a escuchar una canción que decía algo así como que “siendo mariposa ya no piso más el suelo” y le gustó. Le gustó porque se acordó de cuando se sumerge…y además el ritmo era pegadizo. Súper pegadizo. Tan, pero tan pegadizo, que empezó a bailar al compás de las melodías y a pisar, entre paso y paso,  cada vez más fuerte. Pisaba y rebotaba. ¡Pum! Volvía a pisar y rebotaba, cada vez más alto. ¡Pum! ¡Pum! Otra vez. Pisó con más fuerza, rebotó más alto, ¡pum! ¡Pum! Y de nuevo quiso pisar, pero esta vez no pudo. El pie salió disparado al vacío. El otro pie también. Flotaba. Era mariposa y no pisaba más el suelo. ¡Guau! 

Al momento que pudo afirmar y re-afirmar que realmente estaba volando, decidió tomar notas mentales de esa situación. Primero, dejarse bien en claro que sumergirse y nadar era, realmente, igual a volar. Luego, que no se vuela rápido. Se vuela a la misma velocidad que se camina o nada. Puede influir un poco el viento (acrecentando o disminuyendo la rapidez según la dirección que se tome), pero tampoco para tanto. El viento es para el que vuela lo que la bicicleta es para el que camina. Ni más ni menos.

Pero ella se dio cuenta de lo mismo que yo: ¿qué hacía tomando notas y generando debates en vez de disfrutar que al fin estaba volando? ¡Maldición! Mejor era partir a llenarse de sensaciones antes de que la cosa cambie. Se imaginaba, como me imagino yo, que en esto de la magia o fantasías vueltas realidad, no iba a advertir su final, como tampoco lo hizo con su comienzo. Y entonces partió para el río.

En el camino pensaba que tenía que escribir sobre esto, que su vida se había transformado en poesía. No importaba cómo, ni cuándo, ni cuánto; era una transformación efímera, pero era. Y pensaba, y pensaba, y eso a veces no está tan bien, pienso yo (¡y que valga la redundancia!). Porque el pensamiento te lleva al razonamiento, y éste es el que produce tantos líos y angustias innecesarias. Maldita razón, ¡destructora de la alegría! Puede actuar como una piedra para que quien vuela caiga al piso, para que quien se sumerge se hunda, o para que la caminata sea lenta y tediosa.

Ella pensó, y pensó en cómo escribir esa poesía. Pero las palabras no aparecieron. Parecía que estaban todas trabadas en su garganta, transformándose en angustia, siendo esa piedra que la tiraría.

Ella pensó, y se acordó que hacía mucho que las palabras estaban adosadas a sus entrañas, como pegadas con miel; sí, eso. Porque sabía que de una manera “linda y poética”  estaba imposibilitada.

¿Y por qué hacía mucho que las palabras no salían? Porque nada sucedía.
Porque no se enamoraba, y bueno…
No estaba enamorada, pero había sentido, una noche, que ella era la revolución y podía pintar el mundo entero…
Y pensaba en seguir pintando el mundo… pero… siempre hay un pero… Y los amigos y la sonrisa estaban, como siempre.
Y las risas también. Y también los atardeceres y las hojas del otoño en el piso. También estaba Jerónimo del otro lado del papel, ay, pero qué iba a decirle a él, un verdadero poeta…

Pensó. Y se llenó de peros y lógicos razonamientos acerca del desastre de su vida. Y otra vez no pudieron ser poesía. Volvieron a acumularse en su garganta, palabras tras palabra, letra tras letra, transformándose en la piedra que, cuando menos ella se imaginó, la llevó al piso y a la que era su realidad. O al menos la que había elegido.

Caminaba por calle Riobamba ahora, eran los primeros días del frío y el otoño. Caminaba por Riobamba, dándole la espalda al río, y sintiendo lo único que podía percibir su alma en aquellos días: una puñalada de vacío existencial en el pecho, y miles de poesías pegadas a sus entrañas.


10 comentarios:

  1. su texto es poeticamente genial, amiga laura. parece que ha decidido volver con toda.
    por eso vuelve a mis favoritos de mi blog (tramite meramente burocratico, siempre esta en mis favoritos usted)

    amistoso saludo.

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  2. ni que fueras mi amigo jeremias,

    qué lindo que decidas que nos amigamos después de que decidas que nos peleamos.

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  3. Las palabras se te agolpan en la boca, dicen por ahí (?).

    Buenísimo, buenísimo, buenísimo.

    Genial.

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  4. (sacá la palabrita de verificación...)

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  5. ASÍ ME GUSTA! UNA LAURA QUE VOLVIÓ AL MUNDO BLOGGER A REVOLUCIONAR CON SUS FRASESITAS DULCES COMO SU CARITA =)

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  6. (sí, sacá la palabrita de verificación Laurito)

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  7. Ey ¿¡¿qué es la palabrita de verificación?!?

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  8. La que tenés que escribir para ingresar un comentario

    en este caso: unflogst

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  9. está en la configuración fijate monita!
    che, justo te iba a decir de hacer una comilona en casita el jueves que mi mamá está de viaje, pero jere no puede...así que ESE plan quedará suspendido....!

    guiño guiño

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