jueves, 4 de noviembre de 2010

En una mesa del patio del club El Federal, de Zeballos 4641, se discutía sobre en qué era mejor invertir para el club: ¿un metegol o una mesa de ping-pong? Participaban de la charla chicos y chicas de diferentes edades, aunque ninguno pasaba los 30. Pero lo más llamativo, lo diferente de esa charla sobre “políticas” del club, era que cualquiera podía opinar al respecto: los del club El Federal, claro, pero también los de “El Luchador” (el club que queda a tres cuadras, por calle Lima entre 9 de Julio y 3 de Febrero), además de Varón, del bodegón Pocho Lepratti, y hasta la periodista que se acercó a ver qué pasa ahí, que son tan chicos, que son tantos, y que, realmente, están haciendo algo diferente.

En la zona oeste de la ciudad los chicos recuperaron esos espacios públicos que estaban hechos para ellos y que alguna vez fueron destruidos, vaciados y olvidados: los clubes del barrio. Uno, El Luchador, nunca había sido abandonado en realidad, pero hacía años que no crecía. Al contrario, era cada vez más escasa la participación de la gente allí. El otro, El Federal, fue abandonado por las comisiones directivas de turno, quedando en manos de las drogas y la delincuencia. Ambos espacios fueron tomados progresivamente por los pibes del barrio, transformándose en verdaderos lugares de recreación deportiva y cultural, un lugar de encuentro sano que invita a replantearse y forjar el futuro de todos entre todos.

“Lo que pasa acá, por un lado, es que no somos los clubes enemigos del barrio, sino que somos amigos”, dice Matías, de “El Federal”, a pocos días de que se haga la primera reunión de comisiones directivas de ambos espacios. “Nos hacían creer que los dos estábamos peleados: El Federal por un lado y El Luchador por el otro. Pero fuimos abriendo los ojos, y vimos que, en realidad, el pibe que tenemos al lado no es un enemigo, es un amigo, y que es mejor hacer cosas juntos y hacernos cargo de eso que hacemos. Primero vamos a encontrar al amigo y después visualizaremos al enemigo, que no es ni El Luchador ni El Federal”.

Otra cosa que pasa ahí es que quienes “tomaron el control” de los dos espacios son los jóvenes y adolescentes del barrio. Muchos de estos pibes (y pibas) no llegan a los 18 años aún, pero igualmente participan tanto de las reuniones de comisión directiva como del trabajo cotidiano en el club. “La fuerza sale de los jóvenes: la prioridad de todos nosotros hoy es el club”, destaca Matías. Y su compañero Nicolás agrega: “todos los pibes queremos forjar nuestro futuro y lo mejor de los más chicos es que no se van corriendo, su futuro es mas simple y te vuelven a encaminar a la horizontalidad. De esa manera aprendimos, por ejemplo, que si todos eligen el metegol… bueno, será así”.

A medida que la reunión avanzaba, cada uno de los presentes alrededor de la mesa descubrió que tenía algo para acotar. Dejando de lado la discusión sobre el metegol y el ping pong, todos lograban ponerse de acuerdo en qué es lo que valoran y quieren rescatar de esta historia que están comenzando a escribir. “Todos los que estamos acá nos fuimos encontrando, empezamos a conocer personas que nos abrieron los ojos y así nos dimos cuenta de que estos espacios son nuestros y nos tenemos que hacer cargo, cuidarlos”, reflexionaba Fabio, del club El Luchador.

Si existe un punto al que los muchachos vuelven constantemente es justamente a ese: a la valoración que hay que darle al espacio público. Bajo el consentimiento de sus amigos, Matías vuelve a hablar, y explica, entonces, que lo que ellos buscan es volver al “club social sin fines de lucro, a diferencia de los otros clubes que son una propiedad privada y ya desde la cuota mensual te marginan. Acá no queremos eso: nadie se queda afuera, ni por cinco pesos”.

“Aprendimos a hacernos cargo de nuestro espacio, si es que lo queremos reconstruir. Así, estos lugares se transforman en autogestivos, ya que no esperamos subsidios de nadie para hacer los baños o comprar la mesa de ping pong. Si hay que hacerlo y nadie nos ayuda, se hará una rifa o una peña. Si el Estado tira una mano, bienvenido sea”. Desde este camino de la autogestión y horizontalidad, Matías no deja de destacar las –no tan- pequeñas victorias que han alcanzado: “en el buffet de El Federal se vendía droga, hoy hay una biblioteca. Antes se pintaba de blanco la plaza llena de graffitis, ¿eso es una victoria? No, es una careteada”.

Marcados por el pasado del club El Federal, los chicos remarcan que gran parte de la movida es para que nadie quede en la calle, al amparo de la droga. “Ese es nuestro estímulo, para que el chico no se quede mirando Tinelli, sino que venga y piense”, remarca Juan Manuel, que dicta un taller de lectura en El Federal. Haciéndose cargo de las cosas, luchando para que el club tenga vida hacia delante y trabajando en conjunto, los pibes y pibas del barrio se aferran a estos nuevos, o no tanto, valores que confían se pueden aprender y transmitir.

Dos realidades diferentes

A pesar de que los chicos trabajan juntos, son amigos y apoyan cada uno de sus trabajos, las realidades que hacen a cada institución son muy diferentes. El club El Federal, por un lado, tuvo una historia “muy dura, con mucho maltrato. Era un lugar donde se vendía mucha droga y el barrio lo veía bastante mal”, cuenta Matías. El Luchador, en cambio, nunca cerró: tuvo la suerte de que pocos viejos lo mantengan abierto, y que por eso sigan yendo vecinos de diferentes edades.

Este último espacio se fundó en 1932, primero como una biblioteca. “Como este era un barrio de laburantes, en esa época buscaban un lugar para manifestarse”, cuenta Favio. Con el paso de los años, luego de una mala época de, como dicen los chicos, “vaciamiento cultural”, el club ya no era tan concurrido. “Una política ha desvastado estos lugares. Desde allí se atacó a la cultura”. La realidad para los adolescentes, que ahora ya son jóvenes adultos, era que el club se volvió un lugar lejano a la diversión. “Este club nunca cerró, algunos viejos se quedaron ahí. Igual estaba muy vacío y nosotros nos aburríamos. De a poco nos fuimos interesando por el laburo y tuvimos la suerte de que los más grandes nos abrieron las puertas”.

Si bien la comisión directiva de “El Luchador” está formada por diferentes edades, eso no significa que sea una forma de organización “vertical”: “hay cargos porque es como lo manda el estatuto, pero laburamos de manera horizontal. Siempre que se ponga el cuerpo y se participe, todos tienen opinión”.

Todo esto que demandan los chicos, la diversión, el espacio recreativo y la reapertura al barrio es respaldada por una realidad alentadora: desde que ellos entraron a la comisión directiva, el club se incrementó en 300 socios.

Y por otro lado está el club El Federal, fundado en 1943. Un club que con el paso de los años, “fue tomado por distintas manos, no con un fin colectivo como debería ser. Eso lo fue llevando a que cada persona que lo agarre sea con un interés individual, y por lo tanto haga del club un espacio no sano para el barrio y los vecinos… Acá se vendía mucha falopa, se centralizaba todo lo que sea droga. Y lo peor  es que la policía estaba muy involucrada. Así, nadie quiso seguir participando y fue cayendo el compromiso de los vecinos para con su espacio”, cuenta Nicolás.

“Más o menos en mayo, julio, de 2008, empezó a correr el rumor de que el club se quería privatizar. Y eran los de la directiva, que no tienen nada que ver con la gente del club en general. A partir de eso nos empezamos a armar como comisión, para tener amparo legal, y un 26 de diciembre de 2008 nos constituímos”. Esa nueva dirección del club tenía, y sigue teniendo, la característica de que, en su mayoría, está formada por chicos que antes “peleaban el espacio y los callaban”.

“Nos terminamos de organizar definitivamente en mayo de 2009. Se empezó con fútbol, lo más convocante, y de a poco sumamos talleres. Vamos despacio, trabajando y queriendo al club. Identificándonos”.

Si bien en la comisión directiva figuran los chicos mayores de 18, sólo es por cuestiones legales. La realidad de El Federal, y lo que lo diferencia de otros espacios, es que en las asambleas participan personas de cualquier edad, y todos hacen lo mismo. De a poco, dice Matías, “el barrio empieza a creer en el club. Se va torciendo este prejuicio sobre la droga. Acá faltan generaciones de 30, 40 años, y por eso nuestro desafío es más grande. Pero vamos a ganar los espacios públicos que nos robaron”.

Afortunadamente, las diferencias entre el pasado y el presente no se hacen esperar. En un espacio donde no había estatutos, ni rejas, ni caños para el baño, pero sí drogas y abandono, ahora se ven murgas ensayando, partidos de fútbol, talleres de guitarra, folclore, tango y voley. “Los chicos de 11, 12, 13 años llegan antes de que abra el club. Y si saben quién tiene la llave, van a la casa para que les abra. Salen de la escuela y vienen. Y en las vacaciones… siempre están”, cuenta Juan Manuel. Y a modo de conclusión, Matías agrega: “Queremos generar continuidad generacional. Crece el club y los más chicos florecen a la par”.


- nota publicada el 31 de octubrede 2010

Este fue uno de los trabajos más placenteros que tuve que hacer para el diario, 
y de los mejores retribuidos: un agradecimiento y un mate. ¿Qué tul? Viva la gente

3 comentarios:

  1. club SOCIAL
    q bueno q recupere su nombre y funcionalidad

    muy buena la nota

    los comentarios si no aparecen es porq se van al spam creo


    saludoss

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  2. Uf, me cansé de elogiarte.
    Escribí una nota mala y te comento, dale? (?)

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  3. *no seas exagerado guachin .


    *comparto lo de los nombres e.g (siento q hablo sola jajaja)

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