Por razones de fuerza mayor y ciertas obsesiones abrí un nuevo blog pero que no promete nada,
como tampoco prometo abandonar este. Solamente que ahí pretendo colgar algunos trabajos míos, con un poco más de laburo que esto de acá, aunque esto de acá no deja de gustarme
Salutte
cronicaschuecas.blogspot.com
jueves, 25 de agosto de 2011
sábado, 23 de julio de 2011
sábado, 25 de junio de 2011
1. Días de barrio y de guerra
***
Una noche, ¿sabes?, una muchacha de nuestra barraca empezó a dar gritos terribles mientras dormía; unos minutos después, todas estábamos gritando sin saber por qué. ¿Por qué?
Pienso que ese sonido lastimoso que, en ocasiones -sólo Dios sabe cómo- cruza los aires como un pájaro sin cuerpo, es una expresión reconcentrada del último vestigio de la dignidad humana.
Es la forma, tal vez la única, que tiene un hombre de dejar una huella, de decir a los demás cómo vivió y murió. Con sus gritos hace valer su derecho a la vida, envía un mensaje al mundo exterior pidiendo ayuda y exigiendo resistencia. Si ya no queda nada, uno debe gritar.
El silencio es el verdadero crimen de lesa humanidad. Y Ruth, "la que nps hace reír" (porque ella siempre dice algo que nos hace reír), dice que cuando gritamos tenemos que decir "gol". Que da lo mismo y no cuesta nada, y reírse un poquito del dolor hace al dolor un poco más pequeño. "¡Gooolll!". Así.
Cuando era pequeña, Isaac, me preguntaba dónde iban los sueños. Tú sueñas, y el sueño es como el agua. ¿Dónde va toda esa agua? ¿A los mares? Y luego, ¿serán nubes? Los sueños, entonces, regresan con las lluvias.
¿Y los gritos? Hoy me pregunto, los gritoss, ¿dónde van? No pueden, no deben perderse. No es posible que se pierdan, no pueden deshacerse en la nada, no pueden morir en nada, morir para nada, para algo se han creado, para algo se han gritado, Isaac, el grito no muere, no puede morir. No muere. Nosotros sí que morimos, cada amanecer, en cada selección de Grete, en cada tren que llega. Pero nuestros gritos no, el grito no.
Quiera Dios que nuestros gritos se escondan bajo las almohadas de los que no saben, de los que saben y callan, de los que no quieren saber.
***
A las cuatro y media de la tarde se escucharon dos disparos. Y de inmediato, un fuego majestuoso estalló sobre las cámaras de gas.
Dos de los SS que conducían las excavadoras yacen muertos. Tomamos sus fusiles. Los ucranianos se desconciertan, levantan las manos. Entonces nos lanzamos hacia las alambradas, gritando.
Gritando, simplemente gritando, modulando gritos, gritos, Isaac, solo gritos que rajan el aire, gritos que estallan en nuestras gargantas, liberando antes que nada, que nadie, el grito prohibido, reprimido, incinerado. El grito puro, el grito sin consonantes, ancestral, eterno.
Tan eterno como el silencio de los dioses Isaac, el grito de los hombres
***
Fragmentos de cartas - que no llegaron o llegaron no sabemos - de la "búbele" (abuela) polaca de Mauricio Rosencof desde los campos de concentración.
Del libro "Las cartas que no llegaron", de, precisamente, M. Rosencof.
Una noche, ¿sabes?, una muchacha de nuestra barraca empezó a dar gritos terribles mientras dormía; unos minutos después, todas estábamos gritando sin saber por qué. ¿Por qué?
Pienso que ese sonido lastimoso que, en ocasiones -sólo Dios sabe cómo- cruza los aires como un pájaro sin cuerpo, es una expresión reconcentrada del último vestigio de la dignidad humana.
Es la forma, tal vez la única, que tiene un hombre de dejar una huella, de decir a los demás cómo vivió y murió. Con sus gritos hace valer su derecho a la vida, envía un mensaje al mundo exterior pidiendo ayuda y exigiendo resistencia. Si ya no queda nada, uno debe gritar.
El silencio es el verdadero crimen de lesa humanidad. Y Ruth, "la que nps hace reír" (porque ella siempre dice algo que nos hace reír), dice que cuando gritamos tenemos que decir "gol". Que da lo mismo y no cuesta nada, y reírse un poquito del dolor hace al dolor un poco más pequeño. "¡Gooolll!". Así.
Cuando era pequeña, Isaac, me preguntaba dónde iban los sueños. Tú sueñas, y el sueño es como el agua. ¿Dónde va toda esa agua? ¿A los mares? Y luego, ¿serán nubes? Los sueños, entonces, regresan con las lluvias.
¿Y los gritos? Hoy me pregunto, los gritoss, ¿dónde van? No pueden, no deben perderse. No es posible que se pierdan, no pueden deshacerse en la nada, no pueden morir en nada, morir para nada, para algo se han creado, para algo se han gritado, Isaac, el grito no muere, no puede morir. No muere. Nosotros sí que morimos, cada amanecer, en cada selección de Grete, en cada tren que llega. Pero nuestros gritos no, el grito no.
Quiera Dios que nuestros gritos se escondan bajo las almohadas de los que no saben, de los que saben y callan, de los que no quieren saber.
***
A las cuatro y media de la tarde se escucharon dos disparos. Y de inmediato, un fuego majestuoso estalló sobre las cámaras de gas.
Dos de los SS que conducían las excavadoras yacen muertos. Tomamos sus fusiles. Los ucranianos se desconciertan, levantan las manos. Entonces nos lanzamos hacia las alambradas, gritando.
Gritando, simplemente gritando, modulando gritos, gritos, Isaac, solo gritos que rajan el aire, gritos que estallan en nuestras gargantas, liberando antes que nada, que nadie, el grito prohibido, reprimido, incinerado. El grito puro, el grito sin consonantes, ancestral, eterno.
Tan eterno como el silencio de los dioses Isaac, el grito de los hombres
***
Fragmentos de cartas - que no llegaron o llegaron no sabemos - de la "búbele" (abuela) polaca de Mauricio Rosencof desde los campos de concentración.
Del libro "Las cartas que no llegaron", de, precisamente, M. Rosencof.
lunes, 18 de abril de 2011
martes, 12 de abril de 2011
Pongamos Muchas Balas Al Fusil
(Gastón Ciarlo para Montevideo Blues, grabado a fines de 1971)
Pongamos muchas balas al fusil
Nos vamos de cacería
Vamos a buscar al hombre
Que amargó nuestra vida
Pongamos muchas balas al fusil
No tires al policia
Apunta un poco mas alto
Pégale a los de arriba
Nos vamos de cacería
Vamos a buscar al hombre
Que amargó nuestra vida
Pongamos muchas balas al fusil
No tires al policia
Apunta un poco mas alto
Pégale a los de arriba
Pongamos muchas balas al fusil
Que los muertos hoy nos miran
Ellos dieron el ejemplo
Y ya perdieron la vida
Pongamos muchas balas al fusil
No esperes que te sonrían
Los que trafican la droga
Junto a la pornografía
Que los muertos hoy nos miran
Ellos dieron el ejemplo
Y ya perdieron la vida
Pongamos muchas balas al fusil
No esperes que te sonrían
Los que trafican la droga
Junto a la pornografía
Pongamos muchas balas al fusil
Mi generación perdida
Lucha hoy por sus derechos
De amor y de alegría
Y si algún plomo nos hace morir
Lava tus manos con sangre
Dale tu fusil a otro
Piensa en tu patria y tu madre
Mi generación perdida
Lucha hoy por sus derechos
De amor y de alegría
Y si algún plomo nos hace morir
Lava tus manos con sangre
Dale tu fusil a otro
Piensa en tu patria y tu madre
jueves, 7 de abril de 2011
vientos del sur.
Por muchas cosas esta, "Vientos del Sur", es una de mis canciones favoritas, pero no creo que pueda llegar a transmitirlo. Me pasa algo muy raro: cuando me siento feliz no me salen las palabras. Y hace muchos días que quiero subir cosas al blog, pero no puedo, estoy atragantada de emociones. En el alma se siente bien, claro, y el hecho de no escribirlo no hace que lo sienta peor, claro también; pero a mí me gusta expresar lo que siento, aunque me cueste, y me molesta no poder hacerlo.
Y entonces me pasa que encontré este video, y una historia detrás, y me hace sentir muy bien, muy plena, y quiero gritarlo a los cuatro vientos, y no puedo. Y entonces pienso en sólo subirlo -con lo vago que suena eso-, pero tampoco puedo, es como que me quedé a mitad del camino. Con la única persona que pude compartir esto, así, a flor de piel, y la rareza, y todo, fue con Rosi, porque ella sabe bien de qué hablo: de esa maldita sensación que es la plenitud.
Esta canción me hace pensar en muchas cosas, pero ante todo en una noche. Una noche después de todas las noches que pasamos en Los Hornillos - noches de vino sin melancolía, diría el tema en cuestión. Y es que muchas de esas lunas estuvimos tiradas cantándolo, o al otro, o a aquel, o al que sea, porque para nosotras nada fue mejor que conocer a esta banda, la que nos cambió la vida, la que trajo esa poesía que no encontrábamos y que nos abrió las puertas a muchas más; pero que ante todo expresaba -con alegríayamor- toda esa bronca acumulada. "¡¡Tengo las pelotas por el piso y me rebotan!! ¿Entendés Laura? Te lo dicen así, así sin más", me decía Rosario, y se ponía colorada de pura emoción.
Esa noche que digo fue hace unos años ya, no sé cuántos, uno o dos. Nos íbamos a juntar todos los del viaje y al final fuimos nosotros cuatro (los primos) y Nina, una chica que recién llegaba a la ciudad y aún no conocía a nadie. Comimos asado, tomamos fernet, y charlamos, una banda. Y después fuimos a Berlín. Hacía mucho calor esa noche, y cuando empezamos a volver, sólo Rosario y yo, se estaba levantando tormenta. Viento. Viento del sur, no dejes que mis recuerdos se ahoguen; cantábamos, en medio de la calle. Mirábamos al cielo, abríamos los brazos, jugábamos a estar solas y llenarnos de aire. Vientos del sur sobre Montevideo, cantábamos, y nos fuimos a dormir, con la lluvia y el ruido a tormenta de verano.
Pero resulta que esa canción siempre me gustó, no solamente esa vez, y siempre me pareció pertinente. Y más cuando me agarró el viento en el atardecer montevideano, andando por la costa del Río de la Plata. ¡Vientos del sur sobre Montevideo! Y nadie me entendía, se pensaban que jugaba a ser periodista-poeta. Pero era muy importante para mí cantar eso sobre la costanera - la misma que vi en el documental de Benedetti - y luego canturrear, mientras pateaba por la peatonal Sarandí, "por juan carlos montes a sarandí otra vez me perdí otra vez me perdí". Siempre fue muy importante para mí que la vida se vuelva canción. Y no tuve con quien compartirlo esa vez. No importaba. También escuché a Mauricio Ubal en el FunFun, otra cosa que me hizo muy bien. Porque estaba ahí, mirando su mismo río. Y cuando la canción es vida, es mejor aún.
La canción en cuestión es esta, en la versión del autor*:
Acá la versión de la tabaré:
* cuando iba por calle Sarandí me encontré con un chico ruludo. A mí me gustan muchos tipos de chicos, pero los ruludos me conquistan de una. El chico ruludo tenía un puesto sobre una casa abandonada. Ponía los libros y los vhs sobre las rejas de la casa. Estaba bueno, llamaba la atención su puesta en escena. Yo me acerqué. "Sentate", me dijo, y me señaló un banquito. "No está bien", le dije. "Dale, así mirás tranquila". Y me mostró: "tengo esto, esto, aquello, tal cosa. Tengo un cd de Días de Blues".
¡Días de Blues! Me exalté.
- ¿De días de blues? ¡Qué bandaza!
- Sí, sí, mirá...
Me acordé: Acordate de barral / cuando estaba todo mal / y tocaba en dias de blues
Me puse contenta. Ya conocía a esa banda, pero nadie la conocía, y en mi Montevideo no había sonado aún.
- Y mirá, también tengo Montevideo Blues, y El Kinto, y claro, Días de Blues... Y si querés te los dejo a cien (uruguayos) cada uno.
- ¿Sí? Bueno, ¿qué me recomendás?
-Días de Blues...
- Pero ya lo conozco... ¿Y si me llevo los otros dos?
- Bueno, dale. Venite mañana, traigo inéditos de Zitarrosa.
Al otro día no lo encontré. Pero en Montevideo Blues canta este señor, Dino, que escribió Vientos del Sur. Y toca con La Tabaré. Y tiene unos temas re lindos, como este:
Y entonces me pasa que encontré este video, y una historia detrás, y me hace sentir muy bien, muy plena, y quiero gritarlo a los cuatro vientos, y no puedo. Y entonces pienso en sólo subirlo -con lo vago que suena eso-, pero tampoco puedo, es como que me quedé a mitad del camino. Con la única persona que pude compartir esto, así, a flor de piel, y la rareza, y todo, fue con Rosi, porque ella sabe bien de qué hablo: de esa maldita sensación que es la plenitud.
Esta canción me hace pensar en muchas cosas, pero ante todo en una noche. Una noche después de todas las noches que pasamos en Los Hornillos - noches de vino sin melancolía, diría el tema en cuestión. Y es que muchas de esas lunas estuvimos tiradas cantándolo, o al otro, o a aquel, o al que sea, porque para nosotras nada fue mejor que conocer a esta banda, la que nos cambió la vida, la que trajo esa poesía que no encontrábamos y que nos abrió las puertas a muchas más; pero que ante todo expresaba -con alegríayamor- toda esa bronca acumulada. "¡¡Tengo las pelotas por el piso y me rebotan!! ¿Entendés Laura? Te lo dicen así, así sin más", me decía Rosario, y se ponía colorada de pura emoción.
Esa noche que digo fue hace unos años ya, no sé cuántos, uno o dos. Nos íbamos a juntar todos los del viaje y al final fuimos nosotros cuatro (los primos) y Nina, una chica que recién llegaba a la ciudad y aún no conocía a nadie. Comimos asado, tomamos fernet, y charlamos, una banda. Y después fuimos a Berlín. Hacía mucho calor esa noche, y cuando empezamos a volver, sólo Rosario y yo, se estaba levantando tormenta. Viento. Viento del sur, no dejes que mis recuerdos se ahoguen; cantábamos, en medio de la calle. Mirábamos al cielo, abríamos los brazos, jugábamos a estar solas y llenarnos de aire. Vientos del sur sobre Montevideo, cantábamos, y nos fuimos a dormir, con la lluvia y el ruido a tormenta de verano.
Pero resulta que esa canción siempre me gustó, no solamente esa vez, y siempre me pareció pertinente. Y más cuando me agarró el viento en el atardecer montevideano, andando por la costa del Río de la Plata. ¡Vientos del sur sobre Montevideo! Y nadie me entendía, se pensaban que jugaba a ser periodista-poeta. Pero era muy importante para mí cantar eso sobre la costanera - la misma que vi en el documental de Benedetti - y luego canturrear, mientras pateaba por la peatonal Sarandí, "por juan carlos montes a sarandí otra vez me perdí otra vez me perdí". Siempre fue muy importante para mí que la vida se vuelva canción. Y no tuve con quien compartirlo esa vez. No importaba. También escuché a Mauricio Ubal en el FunFun, otra cosa que me hizo muy bien. Porque estaba ahí, mirando su mismo río. Y cuando la canción es vida, es mejor aún.
La canción en cuestión es esta, en la versión del autor*:
Acá la versión de la tabaré:
* cuando iba por calle Sarandí me encontré con un chico ruludo. A mí me gustan muchos tipos de chicos, pero los ruludos me conquistan de una. El chico ruludo tenía un puesto sobre una casa abandonada. Ponía los libros y los vhs sobre las rejas de la casa. Estaba bueno, llamaba la atención su puesta en escena. Yo me acerqué. "Sentate", me dijo, y me señaló un banquito. "No está bien", le dije. "Dale, así mirás tranquila". Y me mostró: "tengo esto, esto, aquello, tal cosa. Tengo un cd de Días de Blues".
¡Días de Blues! Me exalté.
- ¿De días de blues? ¡Qué bandaza!
- Sí, sí, mirá...
Me acordé: Acordate de barral / cuando estaba todo mal / y tocaba en dias de blues
Me puse contenta. Ya conocía a esa banda, pero nadie la conocía, y en mi Montevideo no había sonado aún.
- Y mirá, también tengo Montevideo Blues, y El Kinto, y claro, Días de Blues... Y si querés te los dejo a cien (uruguayos) cada uno.
- ¿Sí? Bueno, ¿qué me recomendás?
-Días de Blues...
- Pero ya lo conozco... ¿Y si me llevo los otros dos?
- Bueno, dale. Venite mañana, traigo inéditos de Zitarrosa.
Al otro día no lo encontré. Pero en Montevideo Blues canta este señor, Dino, que escribió Vientos del Sur. Y toca con La Tabaré. Y tiene unos temas re lindos, como este:
miércoles, 30 de marzo de 2011
En el comedor de mi casa hay un mueble muy grande. Ese mueble es bajito, salvo por una parte donde le nacen un par de estantes. Mi casa es un desorden bárbaro y ese mueble no es la excepción, y menos lo son los estantes que le nacen en esa parte. Ahora, a memoria nomás, puedo decir que ahí hay una cantidad temible de libros, cámaras de fotos viejas, cajas con fotos y papeluchos, una radio bien antigua, un montón de chirimbolos de recuerdo de cosas que nadie sabe qué fueron, y los vasos de whisky, que nunca se usaron para tomar whisky, sí para dejar los carnés de Central, Obra Social, Urgencias 4351111, tarjetas de colectivo, plata, moneditas y más chirimbolos.
Y entre tanta chirimboleada hay un aerosol negro, que nadie puede volver a usar. Es un recuerdo también, de los días en que la familia estaba de paro.
Si no me equivoco, esos días empezaron hace un año. Pero en realidad no lo sé; sí estoy segura de que estos días son aniversarios de aquellos días.
Hoy salía de clase y me crucé a Malena y Painé, y nos pusimos a charlar. Una charla común, sobre la facultad y cómo va, yo todo bien, ¿y vos? Yo también.... Hasta que Malena lo dijo:
- ¡estamos las tres! ¡A un año!
- ¿a un año de qué Male? ¿De terminar?
- ¡¡No!! ¡Del conflicto!
Y sí, estamos a un año. Y sí, fue inevitable: empezamos a recordar paso por paso, día por día, y nos dimos cuenta que fue tanto, que no nos acordamos de nada...
... Según lo que reconstruímos, todo empezó un martes, segundo día de elecciones universitarias. Me acuerdo de cuando Painé se me acercó y me dijo: "a mí viejo lo echaron. Convocamos a las 12 a la puerta de la radio"; pero no me acuerdo qué pensé yo. Sí sé que llegué a casa, y mi madre estaba hablando con Estela, y en su cara sólo leía preocupación. No me acuerdo qué pasó, sí que el paro empezó esa noche.
Al día siguiente cerraban las elecciones en la UNR. Yo estaba haciendo un trabajo - que quedó inconcluso - para Indymedia, y entonces daba vueltas por el paro, ya frente al diario La Capital, y por la facultad de Humanidades, por la de Ciencias Políticas, viendo, escuchando, tratando de entender qué pasaba en cada lugar. Esa noche, sin penas ni glorias, volví a casa, donde las caras de preocupación eran más grandes. La Capital estaba de paro y todos estaban decididos a que al otro día no salga, por primera vez en la historia, el diario más importante de la ciudad. A esa altura ya eran unos cuantos los despedidos en las radios del multimedio Vila-Manzano, e iban por el medio gráfico. Y allí trabaja mi madre, y corrían las sospechas de que algunos conocidos, incluida ella, encabezaban la lista negra. ¿Y cómo podíamos permitir eso?
Me acuerdo de esos días como aquellos en que "la familia estaba de paro".
Me acuerdo de que mi madre se pasaba toda la noche afuera haciendo vaya uno a saber qué actos de vandalismo, y que con mi viejo y Julián nos levantábamos, la dejábamos dormir, y nos acercábamos a la puerta del diario, donde se hacía guardia para que nadie entre a trabajar (lo mismo sucedía en las radios).
Me acuerdo de las charlas, los almuerzos y cenas, en que mi viejo (mi mamá casi ni volvía) rememoraba viejas luchas desde La Capi, desde el Sindicato... cómo surgió la lista del Sindi, cómo los despidieron del diario. De todo, de todo eso me acuerdo. Hasta de que a Cami recién se le empezaba a ver la panza y ella iba con Mora y Nahuel al paro, y yo los abrazaba a los tres, tan contenida.
Me acuerdo de las asambleas, la incertidumbre; de los que antes habían sido traidores, y los que lo eran en ese momento. De los nuevos amigos, los viejos amigos, las anécdotas, y la angustia permanente. De la tarde que pasamos tomando mate frente al diario y que luego nos fuimos a lo de Tania. Y no paramos, porque después partimos de intervención organizada por Ani, y entonces también me acuerdo de que "las paredes son nuestras", "el abismo no nos detiene", y "la imaginación contra el poder"; y que no sabía que las paredes iban a hablar tanto tiempo...
Y seguimos sin parar, porque después de esa misma noche, en que volví plena a casa, con una sonrisa de oreja a oreja, nos levantamos y fuimos a esa marcha, tan larga, tan llena de gente, de amigos... Que estaban ahí por ellos: nuestros amigos, y, ante todo, nuestros compañeros.
Me acuerdo del cumple de Rosi, de haber bailado toda esa noche, y levantarme al otro día para ir al evento en calle Santiago. Que esa tarde lo conocí a Ciro, que Estela nos mandó a ambos a pegatinar por el barrio, y que juntos hablamos de muchas cosas, hasta de que íbamos a ir a una reunión sin decir cuál; y que luego nos veríamos allí. Porque claro, esa misma noche fue mi primer encuentro con la FLIA, y también mi segundo encuentro con Ciro, y con otros chicos que había visto esa noche en que las paredes hablaron, y yo pensaba que no podía ser que todo sea tan chiquito, tan cercano, y que estemos sin vernos.
De todo eso me acuerdo, y de que los días siguieron. De que salía de clase y hola, chau, me voy al paro, estoy en el paro, caete al paro. Y que un día todos fueron reintegrados. Y mi mamá lloraba, no lo podía creer. Y todos se abrazaban, y yo también, y todos nos emocionábamos. Porque ahí éramos compañeros, y de paso éramos amigos, vecinos, familiares, desconocidos... unidos por una sola palabra: la lucha. Bueno, dos palabras, una idea.
Ese día, entre abrazos, Estela me invitó a almorzar. Nos sentamos en el bar La Capital, que ahora cerró. Comimos una ensalada. Ella me contaba de a puchitos, porque la gente no paraba de saludarla y preguntarle sobre los últimos llamados, las emociones, las asambleas.
Y me acuerdo de que al lado nuestro se había sentado una pareja, muy joven, que había estado todos esos días con nosotros. La chica estaba embarazada. Me acuerdo de ellos porque unos días después hicimos una fiesta y se pasó un video, y salían dándose un beso, bajo las banderas y las pintadas, con su panza gigante robando la pantalla; y cuando vimos esa imagen ellos estaban parados al lado mio, y lloraban tanto que me contagiaron las lágrimas, allí y ahora.
Porque ahora es como hace un año, o mejor, o más grande, porque todos seguimos siendo todos, y hasta más grandes y valientes; más fuertes y mejor aprendidos, como diría cierta profesora que tuve una vez. Y las paredes siguen hablando, a veces a los gritos, a veces susurrando, pero no cesan eh, no paran de desparramar recuerdos -presentes y futuros- por toda la ciudad.
Y entre tanta chirimboleada hay un aerosol negro, que nadie puede volver a usar. Es un recuerdo también, de los días en que la familia estaba de paro.
Si no me equivoco, esos días empezaron hace un año. Pero en realidad no lo sé; sí estoy segura de que estos días son aniversarios de aquellos días.
Hoy salía de clase y me crucé a Malena y Painé, y nos pusimos a charlar. Una charla común, sobre la facultad y cómo va, yo todo bien, ¿y vos? Yo también.... Hasta que Malena lo dijo:
- ¡estamos las tres! ¡A un año!
- ¿a un año de qué Male? ¿De terminar?
- ¡¡No!! ¡Del conflicto!
Y sí, estamos a un año. Y sí, fue inevitable: empezamos a recordar paso por paso, día por día, y nos dimos cuenta que fue tanto, que no nos acordamos de nada...
... Según lo que reconstruímos, todo empezó un martes, segundo día de elecciones universitarias. Me acuerdo de cuando Painé se me acercó y me dijo: "a mí viejo lo echaron. Convocamos a las 12 a la puerta de la radio"; pero no me acuerdo qué pensé yo. Sí sé que llegué a casa, y mi madre estaba hablando con Estela, y en su cara sólo leía preocupación. No me acuerdo qué pasó, sí que el paro empezó esa noche.
Al día siguiente cerraban las elecciones en la UNR. Yo estaba haciendo un trabajo - que quedó inconcluso - para Indymedia, y entonces daba vueltas por el paro, ya frente al diario La Capital, y por la facultad de Humanidades, por la de Ciencias Políticas, viendo, escuchando, tratando de entender qué pasaba en cada lugar. Esa noche, sin penas ni glorias, volví a casa, donde las caras de preocupación eran más grandes. La Capital estaba de paro y todos estaban decididos a que al otro día no salga, por primera vez en la historia, el diario más importante de la ciudad. A esa altura ya eran unos cuantos los despedidos en las radios del multimedio Vila-Manzano, e iban por el medio gráfico. Y allí trabaja mi madre, y corrían las sospechas de que algunos conocidos, incluida ella, encabezaban la lista negra. ¿Y cómo podíamos permitir eso?
Me acuerdo de esos días como aquellos en que "la familia estaba de paro".
Me acuerdo de que mi madre se pasaba toda la noche afuera haciendo vaya uno a saber qué actos de vandalismo, y que con mi viejo y Julián nos levantábamos, la dejábamos dormir, y nos acercábamos a la puerta del diario, donde se hacía guardia para que nadie entre a trabajar (lo mismo sucedía en las radios).
Me acuerdo de las charlas, los almuerzos y cenas, en que mi viejo (mi mamá casi ni volvía) rememoraba viejas luchas desde La Capi, desde el Sindicato... cómo surgió la lista del Sindi, cómo los despidieron del diario. De todo, de todo eso me acuerdo. Hasta de que a Cami recién se le empezaba a ver la panza y ella iba con Mora y Nahuel al paro, y yo los abrazaba a los tres, tan contenida.
Me acuerdo de las asambleas, la incertidumbre; de los que antes habían sido traidores, y los que lo eran en ese momento. De los nuevos amigos, los viejos amigos, las anécdotas, y la angustia permanente. De la tarde que pasamos tomando mate frente al diario y que luego nos fuimos a lo de Tania. Y no paramos, porque después partimos de intervención organizada por Ani, y entonces también me acuerdo de que "las paredes son nuestras", "el abismo no nos detiene", y "la imaginación contra el poder"; y que no sabía que las paredes iban a hablar tanto tiempo...
Y seguimos sin parar, porque después de esa misma noche, en que volví plena a casa, con una sonrisa de oreja a oreja, nos levantamos y fuimos a esa marcha, tan larga, tan llena de gente, de amigos... Que estaban ahí por ellos: nuestros amigos, y, ante todo, nuestros compañeros.
Me acuerdo del cumple de Rosi, de haber bailado toda esa noche, y levantarme al otro día para ir al evento en calle Santiago. Que esa tarde lo conocí a Ciro, que Estela nos mandó a ambos a pegatinar por el barrio, y que juntos hablamos de muchas cosas, hasta de que íbamos a ir a una reunión sin decir cuál; y que luego nos veríamos allí. Porque claro, esa misma noche fue mi primer encuentro con la FLIA, y también mi segundo encuentro con Ciro, y con otros chicos que había visto esa noche en que las paredes hablaron, y yo pensaba que no podía ser que todo sea tan chiquito, tan cercano, y que estemos sin vernos.
De todo eso me acuerdo, y de que los días siguieron. De que salía de clase y hola, chau, me voy al paro, estoy en el paro, caete al paro. Y que un día todos fueron reintegrados. Y mi mamá lloraba, no lo podía creer. Y todos se abrazaban, y yo también, y todos nos emocionábamos. Porque ahí éramos compañeros, y de paso éramos amigos, vecinos, familiares, desconocidos... unidos por una sola palabra: la lucha. Bueno, dos palabras, una idea.
Ese día, entre abrazos, Estela me invitó a almorzar. Nos sentamos en el bar La Capital, que ahora cerró. Comimos una ensalada. Ella me contaba de a puchitos, porque la gente no paraba de saludarla y preguntarle sobre los últimos llamados, las emociones, las asambleas.
Y me acuerdo de que al lado nuestro se había sentado una pareja, muy joven, que había estado todos esos días con nosotros. La chica estaba embarazada. Me acuerdo de ellos porque unos días después hicimos una fiesta y se pasó un video, y salían dándose un beso, bajo las banderas y las pintadas, con su panza gigante robando la pantalla; y cuando vimos esa imagen ellos estaban parados al lado mio, y lloraban tanto que me contagiaron las lágrimas, allí y ahora.
Porque ahora es como hace un año, o mejor, o más grande, porque todos seguimos siendo todos, y hasta más grandes y valientes; más fuertes y mejor aprendidos, como diría cierta profesora que tuve una vez. Y las paredes siguen hablando, a veces a los gritos, a veces susurrando, pero no cesan eh, no paran de desparramar recuerdos -presentes y futuros- por toda la ciudad.
lunes, 28 de marzo de 2011
garcía bar & rock *
No te preocupes, you are free:
Nos queda un poema y nada más.
Te quiero por odio y complicidad,
No me busques, no me vas a encontrar.
Y mi niña interior salta en un pie.
Me retuerzo de alegría y risas,
Llena de los sentimientos más asquerosos,
Que me devuelven libertad…
Y ese amor…
Y esa complicidad. Y esa sonrisa.
Y mi niña interior salta con los dos pies.
Muerta, doy por cerrado otro momento.
Ahora te amo en paz. Sé que estamos en el mismo nivel del terror.
¡Ay! ¡Qué lástima! Dejame bailar con vos,
Abrazarme a vos,
Volar un rato nomás…y ser feliz de felicidad.
No dejes que el orgullo me haga ser.
Y mi niña interior salta y baila.
No me mires porque no me acuerdo de tu cara.
Te pienso todo el día.
No me mires porque me vas a entender,
Y me vas a tentar.
Voy a tener que largarte todas mis palabras que no querés escuchar, vas a tener que conocerme y hacerme bien. Y yo devolverte la locura con la que me haces.
Vamos a ser uno otra vez, ¿y ahora qué?
Mejor andate.
* del 2010 o 2009, no sé, se me confunden los años; después de la noche (¿viene el día? o al menos las palabras). Me pareció interesante, como un re-encuentro.
sábado, 19 de marzo de 2011
luna lunera cascarabelera
Luna tenía un color como atigrado, pero oscurito; una oreja moncha y una sana, que se levantaba de manera adorable cuando tenía que prestar atención o estar muy alegre.
Luna tenía ojos grandes, como todos en casa. Pero a diferencia de los de Santiago, Marcela, Julián, Catalina y Laura, los ojos de Luna eran tristes, muy tristes. Sospecho que ella bien lo sabía, porque solía mirarnos así cuando quería comida, o que la tapen, o que la mimen, o que la lleven de acá pa'allá...
Además, Luna tenía una cola gigante que revoleaba para todos lados cuando estaba contenta, súper-contenta. La cola de Luna fue, en su momento, un medidor de su felicidad, y también un látigo...gracioso y adorable, pero muy molesto, molesto del tipo: "¡salí Luna, pará Luna, no Luna!"
La mascota primogénita de la familia llegó a casa cuando yo rondaba los 8 años. Fuimos a buscarla en el auto de Juanjo y Estela hasta no sé dónde...Un "dónde" en el que había una casa grande y linda, un perro boxer puro llamado Astor, que a mi papá le sigue pareciendo el perro más lindo de la historia; y una perra "de raza perro" que había tenido nosécuántos perritos. Entre ellos mi Luna....
Cuando volvimos de ese dónde, fuimos con mamá, Luna (que todavía no era Luna) y Julián (que rondaba los tres años) a la placita de enfrente a discutir cómo iba a llamarse la perra. Yo proponía nombres del tipo "Seis" o "Siete", con la intención de continuar la tradición familiar y numérica (pequeña aclaración: cuando era más chiquita todavía, tuve dos peces que se llamaron "Cuatro" y "Cinco" y -sobre-vivieron exactamente 2 semanas). Julián, que ya tenía desarrollado su fanatismo por los dinosauros, proponía llamarla Tiranosaurio o Velocirraptor; y mi mamá se dedicó a arbitrar subjetivamente hasta acordar ella con quién sabe quién que la perra iba a, y debía, llamarse Luna.
Luna fue siempre una más de la familia. Una hija para mi vieja, una hermana para Julián y para mí. Mi papá, tan Santiago como es él, era el único que la consideraba un animal, y el que se quejaba porque no podía ser que duerma sobre la cama, que coma restos de asado o cosas que comíamos nosotros... que la tratemos como un humano más, digamos. Pero mi papá, así y todo, tenía una conexión más que especial con ella. De respeto y amistad, raro eh, pero se amaban.
Hasta que fue madre, Luna era un niño salvaje más. Buenísima, protectora, juguetona. Recuerdo que nos agarraba a Julián y a mí de las zapatillas y nos arrastraba por la casa, o a Julián agarrándose de su cola y ella corría con él encima. Era muy bueno jugar con Luna, tenía una fuerza bárbara y nos servía para muchas cosas. Siempre la llevábamos a la plaza de enfrente de casa, ahí estábamos todos todos los del barrio, perros incluidos. Era una verdadera reunión barrial. Me acuerdo de cómo corría Luna por ahí, y de cuando la llevábamos a andar por Circunvalación (Ayolas al fondo, frente al puerto), o al parque donde ahora están los silos.
Mi perra había desarrollado un sistema espectacular para dormir en invierno en nuestra cama y taparse ella sin destaparnos; cuando mi papá se despertaba, ella, instantáneamente, se subía a la cama y le movía la cola y lo miraba como diciendo: "mira Santiago, atrevete-te-te a sacarme de acá". Siempre que llegábamos a casa, o tocaban timbre, ella corría y se estampaba contra el vidrio y todo el mundo se moría de la risa, aparentemente no es común que te atienda un animal. Varios vidrios rompió Luna, y varias veces se lastimó las patas. Era un personaje. Cuando jugábamos al carnaval en casa, ella participaba y se comía todas las bombuchas, y hacía caca de colores.
Nos pinchó un montón de pelotas también, se la pasaba jugando al fútbol con Julián y conmigo. Uno de nosotros iba al arco y el otro tenía que pelear contra Luna hasta meter un gol o que la pelota se rompa.
Yo, desde siempre, hasta hoy mismo, le cantaba Luna Lunera Cascarabelera Luna Lunita Linda y Bonita. No sé de donde saqué eso, pero se lo cantaba y ella me saltaba encima. Teníamos otro juego. Perdón, estoy recordando mientras escribo. Era algo así: mi papá jugaba a tratar mal a mi mamá, y Luna saltaba a defenderla y le ladraba. Y después se daba cuenta y entonces se agachaba, movía la cola tan fuerte como hacía, y se nos paraba encima para que le hagamos mimos, o juguemos con ella.
Cuando yo estaba en séptimo grado, Luna tuvo 9 hijos. Varios perros del barrio la pretendían, el conquistador era y siempre fue, Bebeto. Pero Bebeto era chiquito, y feo, re feo, y no llegaba a consumar porque Luna era más grande que él. Así que al final optamos, Luna también, por Hammer, el doberman del gomero. Nueve perros le dio a mi chica, ¡nueve! Mi viejo quería morirse. Yo los amaba. Me tiraba al piso y dejaba que todos se me suban y me muerdan la ropa, las zapatillas, todo. Eran un ejército, me acuerdo del Piquetero, del Negro, del Huevo y, claro, Catalina. En casa nos quedamos con ella, que resultó ser una verdadera trastornada.
Durante mucho tiempo, Luna y Catalina fueron buenas compañeras. En un principio Luna asumió su papel de madre, luego se pusieron en pie de igualdad, pero hace poco más de un año que Catalina se puso los pantalones caninos. Según aprendí, los perros grandotes como son Luna y Catalina (era Luna) suelen tener problemas en la cadera, y eso es lo que le pasó a mi perra. Que se caía, que no se podía parar, que se arrastraba por toda la casa, que ya ni siquiera se arrastraba. Luna estuvo un año paralítica, con su humor de siempre. Moviendo la cola, comiendo, mirándonos así, ladrando cuando venía alguien desconocido. Para mí que nos decía: ya fue, yo estoy de fiesta. Pero no podía pararse para seguir corriendo o andando.
Hoy cuando llegué del diario me contó mi mamá que tuvieron que sacrificarla. Yo no sé como terminar este texto porque me pongo muy triste y ya ando llorando. Se me dio por retomarlo. Había empezado a escribirlo a mediados del año pasado cuando tuvimos que operarla, y yo pensaba que se iba a morir; pero claro, no fue así. Esa vez la fuimos a visitar al veterinario y nos recibió tan feliz que yo, desde ese día, no pude imaginar cómo iba a poder pasar lo que está ahora mismo pasando. Me puse a leer esto que había dicho porque me dio un poco de miedo haberme olvidado cómo había sido mi compañera, pero por ahora está todo bien. Sólo fue un poco complicado pasar su presente al pasado.
Luna tenía ojos grandes, como todos en casa. Pero a diferencia de los de Santiago, Marcela, Julián, Catalina y Laura, los ojos de Luna eran tristes, muy tristes. Sospecho que ella bien lo sabía, porque solía mirarnos así cuando quería comida, o que la tapen, o que la mimen, o que la lleven de acá pa'allá...
Además, Luna tenía una cola gigante que revoleaba para todos lados cuando estaba contenta, súper-contenta. La cola de Luna fue, en su momento, un medidor de su felicidad, y también un látigo...gracioso y adorable, pero muy molesto, molesto del tipo: "¡salí Luna, pará Luna, no Luna!"
La mascota primogénita de la familia llegó a casa cuando yo rondaba los 8 años. Fuimos a buscarla en el auto de Juanjo y Estela hasta no sé dónde...Un "dónde" en el que había una casa grande y linda, un perro boxer puro llamado Astor, que a mi papá le sigue pareciendo el perro más lindo de la historia; y una perra "de raza perro" que había tenido nosécuántos perritos. Entre ellos mi Luna....
Cuando volvimos de ese dónde, fuimos con mamá, Luna (que todavía no era Luna) y Julián (que rondaba los tres años) a la placita de enfrente a discutir cómo iba a llamarse la perra. Yo proponía nombres del tipo "Seis" o "Siete", con la intención de continuar la tradición familiar y numérica (pequeña aclaración: cuando era más chiquita todavía, tuve dos peces que se llamaron "Cuatro" y "Cinco" y -sobre-vivieron exactamente 2 semanas). Julián, que ya tenía desarrollado su fanatismo por los dinosauros, proponía llamarla Tiranosaurio o Velocirraptor; y mi mamá se dedicó a arbitrar subjetivamente hasta acordar ella con quién sabe quién que la perra iba a, y debía, llamarse Luna.
Luna fue siempre una más de la familia. Una hija para mi vieja, una hermana para Julián y para mí. Mi papá, tan Santiago como es él, era el único que la consideraba un animal, y el que se quejaba porque no podía ser que duerma sobre la cama, que coma restos de asado o cosas que comíamos nosotros... que la tratemos como un humano más, digamos. Pero mi papá, así y todo, tenía una conexión más que especial con ella. De respeto y amistad, raro eh, pero se amaban.
Hasta que fue madre, Luna era un niño salvaje más. Buenísima, protectora, juguetona. Recuerdo que nos agarraba a Julián y a mí de las zapatillas y nos arrastraba por la casa, o a Julián agarrándose de su cola y ella corría con él encima. Era muy bueno jugar con Luna, tenía una fuerza bárbara y nos servía para muchas cosas. Siempre la llevábamos a la plaza de enfrente de casa, ahí estábamos todos todos los del barrio, perros incluidos. Era una verdadera reunión barrial. Me acuerdo de cómo corría Luna por ahí, y de cuando la llevábamos a andar por Circunvalación (Ayolas al fondo, frente al puerto), o al parque donde ahora están los silos.
Mi perra había desarrollado un sistema espectacular para dormir en invierno en nuestra cama y taparse ella sin destaparnos; cuando mi papá se despertaba, ella, instantáneamente, se subía a la cama y le movía la cola y lo miraba como diciendo: "mira Santiago, atrevete-te-te a sacarme de acá". Siempre que llegábamos a casa, o tocaban timbre, ella corría y se estampaba contra el vidrio y todo el mundo se moría de la risa, aparentemente no es común que te atienda un animal. Varios vidrios rompió Luna, y varias veces se lastimó las patas. Era un personaje. Cuando jugábamos al carnaval en casa, ella participaba y se comía todas las bombuchas, y hacía caca de colores.
Nos pinchó un montón de pelotas también, se la pasaba jugando al fútbol con Julián y conmigo. Uno de nosotros iba al arco y el otro tenía que pelear contra Luna hasta meter un gol o que la pelota se rompa.
Yo, desde siempre, hasta hoy mismo, le cantaba Luna Lunera Cascarabelera Luna Lunita Linda y Bonita. No sé de donde saqué eso, pero se lo cantaba y ella me saltaba encima. Teníamos otro juego. Perdón, estoy recordando mientras escribo. Era algo así: mi papá jugaba a tratar mal a mi mamá, y Luna saltaba a defenderla y le ladraba. Y después se daba cuenta y entonces se agachaba, movía la cola tan fuerte como hacía, y se nos paraba encima para que le hagamos mimos, o juguemos con ella.
Cuando yo estaba en séptimo grado, Luna tuvo 9 hijos. Varios perros del barrio la pretendían, el conquistador era y siempre fue, Bebeto. Pero Bebeto era chiquito, y feo, re feo, y no llegaba a consumar porque Luna era más grande que él. Así que al final optamos, Luna también, por Hammer, el doberman del gomero. Nueve perros le dio a mi chica, ¡nueve! Mi viejo quería morirse. Yo los amaba. Me tiraba al piso y dejaba que todos se me suban y me muerdan la ropa, las zapatillas, todo. Eran un ejército, me acuerdo del Piquetero, del Negro, del Huevo y, claro, Catalina. En casa nos quedamos con ella, que resultó ser una verdadera trastornada.
Durante mucho tiempo, Luna y Catalina fueron buenas compañeras. En un principio Luna asumió su papel de madre, luego se pusieron en pie de igualdad, pero hace poco más de un año que Catalina se puso los pantalones caninos. Según aprendí, los perros grandotes como son Luna y Catalina (era Luna) suelen tener problemas en la cadera, y eso es lo que le pasó a mi perra. Que se caía, que no se podía parar, que se arrastraba por toda la casa, que ya ni siquiera se arrastraba. Luna estuvo un año paralítica, con su humor de siempre. Moviendo la cola, comiendo, mirándonos así, ladrando cuando venía alguien desconocido. Para mí que nos decía: ya fue, yo estoy de fiesta. Pero no podía pararse para seguir corriendo o andando.
Hoy cuando llegué del diario me contó mi mamá que tuvieron que sacrificarla. Yo no sé como terminar este texto porque me pongo muy triste y ya ando llorando. Se me dio por retomarlo. Había empezado a escribirlo a mediados del año pasado cuando tuvimos que operarla, y yo pensaba que se iba a morir; pero claro, no fue así. Esa vez la fuimos a visitar al veterinario y nos recibió tan feliz que yo, desde ese día, no pude imaginar cómo iba a poder pasar lo que está ahora mismo pasando. Me puse a leer esto que había dicho porque me dio un poco de miedo haberme olvidado cómo había sido mi compañera, pero por ahora está todo bien. Sólo fue un poco complicado pasar su presente al pasado.
Luna y yo hace unos años |
viernes, 11 de marzo de 2011
historia de un amor
Para que yo pudiera amarte los españoles tuvieron que conquistar América y mis abuelos huir de Génova en un barco de carga. Para que yo pudiera amarte Marx tuvo que escribir El Capital y Neruda, la Oda a Leningrado. Para que yo pudiera amarte en España hubo una guerra civil y Lorca murió asesinado después de haber viajado a Nueva York. Para que yo pudiera amarte Catulo se enamoró de Lesbia y Romeo, de Julieta Ingrid Bergman filmó Stromboli y Pasolini, los Cien Días de Saló. Para que yo pudiera amarte, Lluís Llach tuvo que cantar Els Segadors y Milva, los poemas de Bertolt Brecht. Para que yo pudiera amarte alguien tuvo que plantar un cerezo en la tapia de tu casa y Garibaldi pelear en Montevideo. Para que yo pudiera amarte las crisálidas se hicieron mariposas y los generales tomaron el poder. Para que yo pudiera amarte tuve que huir en barco de la ciudad donde nací y tú resistir a Franco. Para que nos amáramos, al fin, ocurrieron todas las cosas de este mundo y desde que no nos amamos sólo existe un gran desorden. Cristina Peri Rossi Gracias Mapatipiapas de las Puras Suertes!!!!!!!!!! |
viernes, 4 de marzo de 2011
... hasta las lágrimas
Palabra que no se de donde
me empuja este amor me arrastra hasta que
que calles lo trajo,
que manos podía
cuando golpeo
cuando le abrí
no se como voy a llamarte
de tu adentro a mi no hay alrededor
no hay lluvia, planeta, naufragio, delirio
naranja que, no seas vos
palabra que no se donde terminaré
que asombro es sentirme en tu abrazo
recobrar la piel desde tus orillas
saber que detrás del beso nos vigila
intacto aún, todo el amor,
y aunque aprendemos que lo lejos
también puede ser error de los ojos
no hay cerca más cerca que tu cercanía
con el error tocándome
palabra que no se donde terminaré
palabra que no se ni lo preguntaré.
lunes, 28 de febrero de 2011
“Aunque está presa, igual se hizo libre con la palabra”
- Esta es una de las notas más lindas que me tocó hacer. Una de las personas más interesantes que conocí trabajando. Y una de las entrevistas que creo tiene más sentido haber hecho (por el significado que encierra, creo que el título - ¡gracias editor! - lo dice todo).
Marta Díaz se levanta todos los días “re temprano como a las seis y media, siete”, y se toma unos mates dulces: “Las 24 horas tomo mate, por eso estoy re gorda”, explicó. Por la tarde, después de dormir la siesta, limpia algunas oficinas, y tipo seis se encuentra con unas compañeras, con las únicas que se lleva bien. Marta tiene 48 años y hace doce y siete meses que su casa es el Penal Nº 5, la Cárcel de Mujeres. También escribe: ya lleva dos libros de poesía editados, desde la cárcel, y por eso ha recibido premios en Buenos Aires. Además, su segunda obra, “Lejanía Necesaria”, fue declarada de interés cultural por la Cámara de Diputados de Santa Fe.
“Antes de empezar los talleres, escribía en el pasillo, a la madrugada. Tenía el mp3, escuchaba música, y escribía. Estoy llena de cuadernos, tengo más cajas de cuadernos que ropa en el ropero”, hace saber. Hace seis años, Marta se acercó al taller literario que daba Susana Valenti en el Penal Nº3 de Rosario. Pero sólo estuvo un año allí, porque después empezó a trabajar con el escritor rosarino Fabricio Simeoni, cursando su taller “Los lanzallamas”, en la Biblioteca Popular Gastón Gori. Ya con eso alcanzaba para ser un ejemplo: había conseguido que, bajo perpetua, la dejen ir todos los sábados a la biblioteca, a escribir. Pero no iba a llegar hasta ahí, porque la mujer que no sabía ni leer, ni escribir, que no terminó la primaria y tampoco sabía lo que era estar en una comisaría, ya está preparando su tercer libro: Vivir desde adentro.
A Marta se la espera en un cuartito de la cárcel de la zona norte. Llegó un poco tarde a la cita con El Ciudadano. “Justo estaba haciendo un bizcochuelo, así que dije que bueno, que esperen diez o quince minutitos”, se disculpó. Más tarde contará que le encanta cocinar, que le prepara tortas y pizzas a todo el mundo, que a veces cuando está amasando se le ocurre algo, por eso lleva siempre una lapicera y un cuaderno encima. Habla tanto de las palabras, que es inevitable preguntarle qué le gusta leer. Y es asombroso: no lee, no le gusta leer, y se queja porque siempre le regalan libros. Tampoco le gusta estudiar, no ha terminado la primaria; y así de paradójico como suena, admite que le encantaría ser abogada.
El 19 de febrero pasado Marta estrenó su “transitoria”: ahora puede salir los sábados desde la mañana hasta la noche. Tiene, también, la posibilidad de buscar un trabajo afuera o de estudiar. Al término de la nota, dijo que todavía no le había contado la buena nueva a su profesor y amigo, Fabricio Simeoni. “Tengo que llamarlo y decirle, a él y a los chicos. Tenemos que festejar todos”, anuncia. Los chicos, sus compañeros del taller, van cada dos meses a visitarla al penal. También se acercan antes de las fiestas, o algún día, cualquier día: “Conocí a gente que viene los días domingos a encerrarse acá en la visita, con calor y todo, para verme a mí”. Así, cuenta que aprendió a valorar a la gente; y también a hablar, a expresarse. “Por eso siempre digo que se puede: el que se queda acá, es porque quiere”.
Ante todo, ella está contenta de poder leer y escribir. Se lleva muy mal con sus compañeras, “porque hay mucha pendejada”; salvo con dos: las que comparten con ella la celda. Una llegó al Penal hace un año, y tampoco sabía leer y escribir. Marta le fue enseñando: le leía las fotocopias de su causa y entonces ella a la noche memorizaba lo que le había leído. “Todas las noches le leía. Y así aprendió a defenderse. Estudió tanto eso, que descubrió que estaba mal condenada. Pudo hacerle juicio a su abogado y lo ganó. Yo no lo podía creer. Así vio lo bueno que es leer y escribir”, se sorprende.
Cuando Marta llegó al penal, tampoco sabía defenderse. “No sabía nada. Ni siquiera que había tanta sinvergüenzada cuando hay tanta plata de por medio. Yo no pude ni leer mi condena, ni conocer a mi abogada. Pero me hice cargo y acá estoy. Es duro caer en un lugar cuando no sabes nada, no entendÉs; y más cuando unos años después algunos te dicen que en realidad estás mal condenada”, dice. En un principio, la pena de Marta fue la perpetua, pero a los diez años de estar presa las cosas cambiaron y quedó con una condena de 25 años fijos.
Sabe muy bien que para poder defenderse, cualquier persona necesita poder expresarse, saber, entender. A ella le tocó aprender eso en la cárcel, viendo una importante cantidad de compañeras que caían porque firmaban cualquier cosa, porque no podían leer esos papeles que firmaban. Y ahora quiere que todos aprendan a defenderse. Así, por ejemplo, un miércoles por mes Marta va al Instituto de Rehabilitación del Adolescente de Rosario (IRAR) con Fabricio y enseñan a los chicos a escribir.
— ¿Y qué tal los chicos?
— Ay, me encantan. Me dibujan, me regalan cosas, yo los re quiero un montón. A veces se ponen a contar que a mataron a uno, hicieron tal o cual cosa. Yo siempre trato de decirles que un error lo comete cualquiera.
— ¿Y sobre qué escriben?
— De estar ahí adentro, la oscuridad, el encierro. Entonces, ponele, trato de hacerles ver las cosas de otra manera, yo les digo que todos tenemos errores, pero tenemos que ser mejor para el día de mañana. Por ahí se culpan a ellos mismos, pero yo les digo que también hay que pensar en los padres, en todo eso. Ellos me escuchan mucho, prestan mucha atención. Tomamos mates, comemos bizcochuelo que yo les llevo, y después me hacen caso y se ponen a trabajar.
— ¿Y les gusta escribir?
— Sí, sí... algunos no saben escribir, otros más o menos, entonces yo les hago un dibujo y ellos le escriben algo encima.
— ¿Y a vos te parece que es una manera de tratar de ayudarlos?
— Sí. Lo que más me interesa son los chicos, son mi debilidad, trato de que no cometan más errores, aunque hayan hecho un montón. Yo le digo a Fabricio, que lo único que puedo hacer es hablarles, tratar de que salgan mejor a la calle. A ellos les falta cariño, un montón de cosas. Yo los veo y son el reflejo de cuando yo caí, porque me faltaba todo eso. Y si yo pude llegar hasta aquí, quiero que ellos también. Ojalá pueda. El esfuerzo lo voy a hacer.
— ¿Cómo te tratan a vos por todo esto que haces?
— Acá es todo por igual. No hay mejor ni peor, todas por iguales. Yo no quiero dejar una huella y haber sido la mejor interna acá adentro, quiero ser yo mejor para que cuando cruce esa puerta pueda enseñarle a otros chicos, a mis nietos mismos, y decirles que hice esto, que ellos tienen que aprender aquello...
— ¿Y te gustaría empezar a estudiar algo?
— Sí, pero no me cierra la edad. Yo quisiera estudiar abogacía. Pero no, no, me faltaría mucho estudio. Nada relacionado a la escritura ni a la lectura.
— Pero si queres estudiar abogacía...
— ¡Ah sí, eso sí!
— ¿Y por qué?
— No sé, será porque mi causa fue tan fea, tan mal, un maneje a base de plata, mucha tranfugueada, mucha cosa. Yo quiero saber defender. No quiero que por haber estado presa solamente me quede lavar pisos. Si lo tengo que hacer, obvio que lo hago, pero también puedo hacer otra cosa. Y además puedo ayudar a otra gente. A mí me pasó que por no saber ni siquiera qué era declarar... bueno, ya está. Si yo lo pasé es obvio que quiero que otro no lo pase.
— Y entonces, volviendo al tema, ¿por qué se te ocurrió empezar el taller?
— Porque estaba esta coordinadora, Susana Valenti, que vino a ver si alguien se quería sumar al taller del penal 3 y yo dije que bueno, que sí. Y allí estuve un año. Pero a mí no me gustaba eso. No me gustaba eso de te doy una frase y de esa frase escribí algo, no, yo los poemas los hago cuando me salen a mí. No me gustaba ese sistema, es lo mismo que cuando Fabricio me da tarea, no se lo hago. Soy re caprichosa. Igual ya lo conozco y se que si no lo hago, se enoja un ratito y después está todo bien.
— ¿Qué les enseña Fabricio?
— De todo. Tenemos que escribir. Y después el las lee, se fija si falta una palabra, si sobra una palabra. Porque a veces si repetís tres veces una palabra fuiste, te hace hacer todo de vuelta. Es medio hincha pelotas, pero yo lo amo.
— ¿Cuántos son en el taller?
— Somos 30. Los chicos son amorosos.
— ¿Y cómo te llevas con ellos?
— Todo buenísimo. Somos todos de treinta para arriba, hay una señora de 60 años. Es muy lindo, a mí me re gusta todo eso. Él primer día pensé: “ir en un móvil, esposada, con una empleada (policía)”. Temblé todo el camino. Pero me recibieron re bien, tomé mates, como si me conocieran de hace mucho tiempo. Me quedé sorprendida. Siempre me esperan con mate, yo llevo tortas de acá. Es buenísimo. Contarlo es una cosa, ¡pero vivirlo! Al menos para mí, porque no sabía nada. Empezando porque al principio no sabía lo que era ni entrar a una cárcel o convivir con tanta gente, nada, nada. Es duro este lugar, pero hay que tratar de hacerlo más llevadero. Por eso yo escribo, cocino, trabajo. Y también soy muy rebelde.
— ¿Sí? ¿Por qué?
— Porque hay cosas que no me gustan y entonces grito, grito, grito.
— ¿Tus poemas de qué tratan?
— De todo. De acá adentro, de afuera. De amigos, de mi hija.
— ¿Qué piensan tu hijos de su madre escritora?
— Los veo re poco yo. Pero estaban muy contentos cuando saqué el libro. Yo les digo que cuando salga, lo de los libros se va a quedar un poco; y ellas me dicen que mejor me quede adentro, así sigo con los libros. Tuve la oportunidad de irme a hacer la transitoria a Venado Tuerto, porque soy de allá, pero no fui porque quiero seguir con el libro, acá hay mucha gente y muchas cosas para hacer.
— ¿Cuánto te queda de transitoria?
— Cuatro años. Pero los fines de semana puedo irme. Ahora son doce horas, pero dentro de unos meses van a ser 24, después 48, así. Igual siempre me han dado un montón de beneficios. Una vez fui a Córdoba a ver a mi hija y al cumpleaños de 15 de mi nieta; me dejaron ir dos veces a Buenos Aires. Siempre valoré mucho eso. Voy al taller y al IRAR. También tengo permiso para trabajar de lunes a viernes. Por eso digo, el que se estanca acá adentro es porque quiere.
— Hablando de eso, ¿Qué te gustaría hacer en cuestión trabajo?
— A mí me gustan mucho las cosas de cocina.
— ¿Dulce o salado?
— Las dos cosas. Hago torta, empanadas, pizza, canelones. Igual, si consigo un trabajo afuera, que sea de lo que sea. Es difícil salir de acá y conseguir un trabajo, pero bueno.
— ¿No te gustaría contar alguna experiencia, alguna anécdota? Hiciste tantas cosas…
— Cuando fuimos a Buenos Aires hicimos picnic en la ruta. Pusimos un mantel en el suelo, había de todo. A la vuelta comimos en un restaurante y estuvimos hasta las 4 de la mañana. Fue divertido. Los viajes con Fabricio y los chicos...
— ¿A dónde fueron esa vez?
— A la feria del libro de La Rural. Era grandísima. Todos iban con celulares porque es tan grande que nos perdíamos. Yo no porque iba adelante de Fabricio, y el está en silla de rueda. Ahí hablamos y contamos del premio de la Editorial Dunken , pero le dije a él que hablara, yo no iba a subir. Me daba vergüenza. ¡Había tanta gente, y yo estoy presa! Decí que él lo dijo y no pasó nada. Cuando salí, la gente se quería sacar fotos, todos conocían a alguien preso. Así me quedé más tranquila. Me di cuenta de que no soy la única.
— Bueno, de paso, ¿cómo reacciona la gente cuando vos contas de tu condición? ¿Alguna vez te trataron mal?
— ¡Nooo... nunca nadie me miró mal! Es como que no estoy acá. Y eso te ayuda a crecer más, y a seguir el camino que uno quiera. Mi hermano, cuando yo era chica, estuvo preso, y él siempre me decía que la gente esto, la gente lo otro. Yo ahora pienso que no es la gente, es uno mismo.
.
martes, 22 de febrero de 2011
Era bien temprano por la mañana de hoy, cuando me di cuenta que anoche no me había tomado "la pasti" (o mal llamada pepa). Pensé mucho, entonces. ¿Por qué me había olvidado? ¿Qué había estado haciendo? Por la novela, claro. Y seguí pensando. "Estaría bueno subirlo al blog". Quería poner algo del tipo: "cambié el horario de la pasti para que no me interrumpa mientras miro la novela"; algo absolutamente verídico, que me pareció un absurdo de mi vida.
Afortunadamente seguí pensando. Y me pregunté por qué (nos) interesa tanto ridiculizarse a uno mismo virtualmente. Es raro. Había pensado también en que mi profesora de francés me corrigió un texto y me puso "un texte chapeau!", y para mí chapeau era sombrero, y para el pequeño larousse también, y entonces no entendía. Pero era lo mismo eh. ¿Por qué tenía tantas ganas malditas de escribir cosas aparentemente-pero-no-bizarras de mi vida? A lo mejor porque me gusta hacerlo. A lo mejor porque me gusta hacerlo y me paso la semana escribiendo y tratando de no ponerme en el texto. Seguí pensando. Y llegué a la conclusión que estaría bueno contarme pero a través de las otras tantas historias que conozco. Porque eso sí: conozco mucha gente y muchas historias, y cada día más.
A todo esto, me olvidé de aclarar que cuando la secuencia de pensamientos empezó, yo estaba en el baño. Para el momento en que terminó el párrafo anterior, ya estaba arreglándome frente al espejo. La remera jugaba, los pelos no estaban tan despeinados, un poco de delineador, ay qué linda, el anillo, y el arito de rendir. Miré el arito. Pensé en Estela. Si no me animaba a rendir, era una tarada. Siempre me da miedo rendir, pero desde que tengo ese aro es otra cosa. Volví a pensar en Estela. En los libros que me regaló, en las vacaciones juntas, en las comidas que preparaba en su casa.
Estela amiga de mi mamá desde su primer día de cursillos en la facultad. Vivieron juntas un tiempo, sino me equivoco, y es una persona que nunca conocí. O sea: siempre estuvo. No tuve que aprender quién era, ni ella, ni Juanjo, ni Roberto, ni Ivone.
Estela amiga de mi mamá desde su primer día de cursillos en la facultad. Vivieron juntas un tiempo, sino me equivoco, y es una persona que nunca conocí. O sea: siempre estuvo. No tuve que aprender quién era, ni ella, ni Juanjo, ni Roberto, ni Ivone.
De chica siempre me gustó ir a la casa de Estela porque, como yo, es una amante de la comida. Y preparaba de las mejores cosas; y además, es paciente. Entonces disfruta cocinar, y la comida termina no sólo saliendo bien, sino con verdadero amor y esmero. Por eso me re gustaba ir a la casa de ella. Ahora también. La última vez, me hizo unas verduras y cosas a la parrilla que estaban increíbles. Para mí y Sofía, y que nadie más se anime a tocarlas. Pero volviendo al pasado: me gustaba ir porque después de la cena siempre había un buen postre, y después jugábamos con Facundo, su hijo, y con Mauro, el hijo de Roberto e Ivone. Mauro me peleaba, pero un rato estábamos bien. Facu, en cambio, me re-protegía. Yo lo admiraba, porque dibujaba, y lo sigue haciendo, tan, tan bien. Además él era más grande, y gracioso, y era ... para mí, él era como ese héroe que una se va agarrando y apropiando.
Pensaba en Estela, y entonces en Juanjo, en Roberto, en Ivone. En la familia, digamos, en la que se elige. Pensaba en cuando Estela fue a mis 15, y con Juanjo y Facu me regalaron "Ensayo sobre la lucidez", y Facu lo dibujó, y entre los tres me dijeron: "para la que nació con nombre de escritora". Me acuerdo de Estela en los 50 de mi viejo, cuando le decíamos la difunta correa porque estaba rodeada de botellas de vino; y de Estela en sus 50, cuando llevó a Facu y sus amigos y los hizo tocar toda la noche las canciones que ella sólo quería, para malcriarla. Esa noche, yo llegué más tarde, me acuerdo, y me abrazó y me dijo, por primera vez: "¡Al fin llegó mi sobrina!".
Yo seguía pensando frente al espejo. A lo mejor no, a lo mejor estaba repasando (entre comillas) para el examen, o capaz estaba en los pasillos de la facultad matando ansiedad. Pero como de vez en cuando me controlaba el arito (no puedo perderlo bajo ninguna circunstancia), pensaba en Estela. Y en que esa podría ser una de esas historias sobre mí pero a través de otra persona.
De las amigas de mi vieja es la más supersticiosa. Hace unos días estábamos cenando todos y ella le decía a mi mamá que como había empezado el año del no sé qué chino tenía que cambiar 27 cosas de lugar de la casa, y etcétera de cosas que me olvidé. Le gusta la onda oriental, pero nunca aguanta, porque la onda oriental no va con su pasión por la comida, bien latinoamericana y chancha. Ella sabe que a mí también me gustan esas cosas, por eso me recomendó hacer yoga con Raquel; y por eso me mandó un mensaje hace un rato, cuando le conté que me fue bien en el examen: "somos una buena combinación escorpiana. El arito es protección".
Entre otras cosas, sabe también que yo tengo muchos problemas para rendir, que me pongo mal y me agarra el terror escénico. Y sabe que hay momentos en los que me gusta estar, y abrazarla. Como en la época de los paros de La Capital, que me llevó a tomar un café en plena resolución. Y me contaba, y me contagiaba las ganas de pelear. También como el día que declaró en los juicios contra los genocidas, el día que yo rendía lenguajes II y me tuve que ir porque casi me moría del pánico. Y me tuve que ir a mi casa, o sea, a la puerta de los tribunales, donde me encontré con todos, con Juanma, el medio hermano de Facu, y con los amigos de Facu que habían tocado aquella noche, con mi viejo, con Mauro, con el otro Mauro, y con Ciro, que me escuchó los lamentos, las decepciones, me regaló bizcochitos y me dio muchos mates. Siempre las compañías llegan cuando una más la necesitan, y jamás te olvidas.
Esa tarde esperamos mucho. Llegué a saludarla a Estela antes de que entre a declarar, yo, por suerte, no quise ir. La abracé a mi mamá, a Sofi, a Facu, que allí atrás iban. Y me volví a quedar con Ciro, a esperar. Un montón. Y después por suerte seguía Ciro, para abrazarme y bancarme las lágrimas de cuando Estela salió, de cuando fue tan difícil verla después de su testimonio. Y nos volvimos a abrazar. Con Facu. Con Sofi. Con mi mamá. Y finalmente con mi tía, que me decía gracias, gracias, gracias...
A los pocos días, unos días después de ese martes de diciembre; creo que el mismo día que Serrat la llamó a mi tía Estela para agradecerle por haber tenido, en aquellos tiempos, su canción Para la libertad como bandera de lucha; bueno, ese día, Estela me regaló un aro. El que se había comprado para la suerte, para las fuerzas del día que declaró. El otro del par lo perdió entre los abrazos. También tenía una pulsera, que le regaló a Sofía. "Por ser las hijas que no tuvo". Estela siempre quiso tener, después de Facu, a una nena. Pero las circunstancias de la vida nomás le dieron a Sofi y a mí.
A partir de ese día, siempre que tengo miedo, o que pienso que voy a tenerlo, o simplemente me falta valor, y me paraliza lo que puede llegar a venir, me pongo el arito de Estela y pienso: si no puedo, soy re-pava. Y entonces, se me va el dolor de panza tortuoso, o las ganas de llorar, o lo que sea. Y me lleva una ola de valor gigante, me siento súper enérgica, súper capaz; y ante todo soy, soy, soy...
Pensé. Todo eso pensé, y después rendí. Y rendí bien. Y me la encontré a Silvina (ver entrada anterior), que me dijo "Ay Laura, estamos todos chochos, los chicos, la familia, los amigos. ¡Sos famosa!"
Después fui a lo de mi amiga Peyi, tomé mates, ella me preparó bizcochos con dulces del sur, yo le regalé galletitas sin animal.
Después se largó a llover. Guardé el aro en la mochila, por las dudas, y empecé a volver a casa. Atardecía, pero llovía mucho, y el sol no se veía.
En 27 de febrero y Laprida me puse contenta.
Queda linda la mezcla de lluvia torrencial, atardecer nublado y luces de la ciudad. Y se siente lindo ese aire, y el agua, cayendo - y pegándose- a todo el cuerpo.
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