sábado, 19 de marzo de 2011

luna lunera cascarabelera

Luna tenía un color como atigrado, pero oscurito; una oreja moncha y una sana, que se levantaba de manera adorable cuando tenía que prestar atención o estar muy alegre.


Luna tenía ojos grandes, como todos en casa.  Pero a diferencia de los de Santiago, Marcela, Julián, Catalina y Laura, los ojos de Luna eran tristes, muy tristes. Sospecho que ella bien lo sabía, porque solía mirarnos así cuando quería comida, o que la tapen, o que la mimen, o que la lleven de acá pa'allá...


Además, Luna tenía una cola gigante que revoleaba para todos lados cuando estaba contenta, súper-contenta. La cola de Luna fue, en su momento, un medidor de su felicidad, y también un látigo...gracioso y adorable, pero muy molesto, molesto del tipo: "¡salí Luna, pará Luna, no Luna!"


La mascota primogénita de la familia llegó a casa cuando yo rondaba los 8 años. Fuimos a buscarla en el auto de Juanjo y Estela hasta no sé dónde...Un "dónde" en el que había una casa grande y linda, un perro boxer puro llamado Astor, que a mi papá le sigue pareciendo el perro más lindo de la historia; y una perra "de raza perro" que había tenido nosécuántos perritos. Entre ellos mi Luna....


Cuando volvimos de ese dónde, fuimos con mamá, Luna (que todavía no era Luna) y Julián (que rondaba los tres años) a la placita de enfrente a discutir cómo iba a llamarse la perra. Yo proponía nombres del tipo "Seis" o "Siete", con la intención de continuar la tradición familiar y numérica (pequeña aclaración: cuando era más chiquita todavía, tuve dos peces que se llamaron "Cuatro" y "Cinco" y -sobre-vivieron exactamente 2 semanas). Julián, que ya tenía desarrollado su fanatismo por los dinosauros, proponía llamarla Tiranosaurio o Velocirraptor; y mi mamá se dedicó a arbitrar subjetivamente hasta acordar ella con quién sabe quién que la perra iba a, y debía, llamarse Luna.


Luna fue siempre una más de la familia. Una hija para mi vieja, una hermana para Julián y para mí. Mi papá, tan Santiago como es él, era el único que la consideraba un animal, y el que se quejaba porque no podía ser que duerma sobre la cama, que coma restos de asado o cosas que comíamos nosotros... que la tratemos como un humano más, digamos. Pero mi papá, así y todo, tenía una conexión más que especial con ella. De respeto y amistad, raro eh, pero se amaban.


Hasta que fue madre, Luna era un niño salvaje más. Buenísima, protectora, juguetona. Recuerdo que nos agarraba a Julián y a mí de las zapatillas y nos arrastraba por la casa, o a Julián agarrándose de su cola y ella corría con él encima. Era muy bueno jugar con Luna, tenía una fuerza bárbara y nos servía para muchas cosas. Siempre la llevábamos a la plaza de enfrente de casa, ahí estábamos todos todos los del barrio, perros incluidos. Era una verdadera reunión barrial. Me acuerdo de cómo corría Luna por ahí, y de cuando la llevábamos a andar por Circunvalación (Ayolas al fondo, frente al puerto), o al parque donde ahora están los silos.


Mi perra había desarrollado un sistema espectacular para dormir en invierno en nuestra cama y taparse ella sin destaparnos; cuando mi papá se despertaba, ella, instantáneamente, se subía a la cama y le movía la cola y lo miraba como diciendo: "mira Santiago, atrevete-te-te a sacarme de acá". Siempre que llegábamos a casa, o tocaban timbre, ella corría y se estampaba contra el vidrio y todo el mundo se moría de la risa, aparentemente no es común que te atienda un animal. Varios vidrios rompió Luna, y varias veces se lastimó las patas. Era un personaje. Cuando jugábamos al carnaval en casa, ella participaba y se comía todas las bombuchas, y hacía caca de colores. 


Nos pinchó un montón de pelotas también, se la pasaba jugando al fútbol con Julián y conmigo. Uno de nosotros iba al arco y el otro tenía que pelear contra Luna hasta meter un gol o que la pelota se rompa. 


Yo, desde siempre, hasta hoy mismo, le cantaba Luna Lunera Cascarabelera Luna Lunita Linda y Bonita. No sé de donde saqué eso, pero se lo cantaba y ella me saltaba encima. Teníamos otro juego. Perdón, estoy recordando mientras escribo. Era algo así: mi papá jugaba a tratar mal a mi mamá, y Luna saltaba a defenderla y le ladraba. Y después se daba cuenta y entonces se agachaba, movía la cola tan fuerte como hacía, y se nos paraba encima para que le hagamos mimos, o juguemos con ella.


Cuando yo estaba en séptimo grado, Luna tuvo 9 hijos. Varios perros del barrio la pretendían, el conquistador era y siempre fue, Bebeto. Pero Bebeto era chiquito, y feo, re feo, y no llegaba a consumar porque Luna era más grande que él. Así que al final optamos, Luna también, por Hammer, el doberman del gomero. Nueve perros le dio a mi chica, ¡nueve! Mi viejo quería morirse. Yo los amaba. Me tiraba al piso y dejaba que todos se me suban y me muerdan la ropa, las zapatillas, todo. Eran un ejército, me acuerdo del Piquetero, del Negro, del Huevo y, claro, Catalina. En casa nos quedamos con ella, que resultó ser una verdadera trastornada.


Durante mucho tiempo, Luna y Catalina fueron buenas compañeras. En un principio Luna asumió su papel de madre, luego se pusieron en pie de igualdad, pero hace poco más de un año que Catalina se puso los pantalones caninos. Según aprendí, los perros grandotes como son Luna y Catalina (era Luna) suelen tener problemas en la cadera, y eso es lo que le pasó a mi perra. Que se caía, que no se podía parar, que se arrastraba por toda la casa, que ya ni siquiera se arrastraba. Luna estuvo un año paralítica, con su humor de siempre. Moviendo la cola, comiendo, mirándonos así, ladrando cuando venía alguien desconocido. Para mí que nos decía: ya fue, yo estoy de fiesta. Pero no podía pararse para seguir corriendo o andando.


Hoy cuando llegué del diario me contó mi mamá que tuvieron que sacrificarla. Yo no sé como terminar este texto porque me pongo muy triste y ya ando llorando. Se me dio por retomarlo. Había empezado a escribirlo a mediados del año pasado cuando tuvimos que operarla, y yo pensaba que se iba a morir; pero claro, no fue así. Esa vez la fuimos a visitar al veterinario y nos recibió tan feliz que yo, desde ese día, no pude imaginar cómo iba a poder pasar lo que está ahora mismo pasando. Me puse a leer esto que había dicho porque me dio un poco de miedo haberme olvidado cómo había sido mi compañera, pero por ahora está todo bien. Sólo fue un poco complicado pasar su presente al pasado.



Luna y yo hace unos años 

5 comentarios:

  1. qué linda es esta crónica, guacha.
    compartí de cerca muchos momentos de tu texto. compartí la relación que tuvo santiago tu padre, con Luna. Me recuerda muchos momentos infanto-adolescentes con "capullito", un perro amigo que conocí y la historia nos separó.

    te acompaño en el sentimiento villero.

    manolo

    ResponderEliminar
  2. Que lindo.

    Uno siempre crea un lazo especial con sus perros. Son incondicionales y leales de una manera completamente distinta a la humana, y en ciertos casos mucho mas fuerte.

    Que raro eh, mi perra mas grande, Luna, es una callejera de 10 años. Catalina, Cata, la mas chica, tiene 2.

    En fin, te entiendo. Pero bueno, ella estuvo, hizo lo q quiso hacer, y cdo se tuvo que ir, se fue. No suena tan mal, eh?

    ResponderEliminar
  3. al final no fue un poema, fue una prosa, pero por algun lado tenia que salir y salio, el homenaje a luna =)

    ResponderEliminar
  4. Ey, cómo son los Santiagos? Luna es un gran nombre, y no cualquiera hace caca de colores, eh!

    ResponderEliminar
  5. Great work keep it coming, best blog on earth

    cialis

    ResponderEliminar