martes, 22 de febrero de 2011

Era bien temprano por la mañana de hoy, cuando me di cuenta que anoche no me había tomado "la pasti" (o mal llamada pepa). Pensé mucho, entonces. ¿Por qué me había olvidado? ¿Qué había estado haciendo? Por la novela, claro. Y seguí pensando. "Estaría bueno subirlo al blog". Quería poner algo del tipo: "cambié el horario de la pasti para que no me interrumpa mientras miro la novela"; algo absolutamente verídico, que me pareció un absurdo de mi vida. 

Afortunadamente seguí pensando. Y me pregunté por qué (nos) interesa tanto ridiculizarse a uno mismo virtualmente. Es raro. Había pensado también en que mi profesora de francés me corrigió un texto y me puso "un texte chapeau!", y para mí chapeau era sombrero, y para el pequeño larousse también, y entonces no entendía. Pero era lo mismo eh. ¿Por qué tenía tantas ganas malditas de escribir cosas aparentemente-pero-no-bizarras de mi vida? A lo mejor porque me gusta hacerlo. A lo mejor porque me gusta hacerlo y me paso la semana escribiendo y tratando de no ponerme en el texto. Seguí pensando. Y llegué a la conclusión que estaría bueno contarme pero a través de las otras tantas historias que conozco. Porque eso sí: conozco mucha gente y muchas historias, y cada día más. 

A todo esto, me olvidé de aclarar que cuando la secuencia de pensamientos empezó, yo estaba en el baño. Para el momento en que terminó el párrafo anterior, ya estaba arreglándome frente al espejo. La remera jugaba, los pelos no estaban tan despeinados, un poco de delineador, ay qué linda, el anillo, y el arito de rendir. Miré el arito. Pensé en Estela. Si no me animaba a rendir, era una tarada. Siempre me da miedo rendir, pero desde que tengo ese aro es otra cosa. Volví a pensar en Estela. En los libros que me regaló, en las vacaciones juntas, en las comidas que preparaba en su casa. 


Estela  amiga de mi mamá desde su primer día de cursillos en la facultad. Vivieron juntas un tiempo, sino me equivoco, y es una persona que nunca conocí. O sea: siempre estuvo. No tuve que aprender quién era, ni ella, ni Juanjo, ni Roberto, ni Ivone.

De chica siempre me gustó ir a la casa de Estela porque, como yo, es una amante de la comida. Y preparaba de las mejores cosas; y además, es paciente. Entonces disfruta cocinar, y la comida termina no sólo saliendo bien, sino con verdadero amor y esmero. Por eso me re gustaba ir a la casa de ella. Ahora también. La última vez, me hizo unas verduras y cosas a la parrilla que estaban increíbles. Para mí y Sofía, y que nadie más se anime a tocarlas. Pero volviendo al pasado: me gustaba ir porque después de la cena siempre había un buen postre, y después jugábamos con Facundo, su hijo, y con Mauro, el hijo de Roberto e Ivone. Mauro me peleaba, pero un rato estábamos bien. Facu, en cambio, me re-protegía. Yo lo admiraba, porque dibujaba, y lo sigue haciendo, tan, tan bien. Además él era más grande, y gracioso, y era ... para mí, él era como ese héroe que una se va agarrando y apropiando. 

Pensaba en Estela, y entonces en Juanjo, en Roberto, en Ivone. En la familia, digamos, en la que se elige.  Pensaba en cuando Estela fue a mis 15, y con Juanjo y Facu me regalaron "Ensayo sobre la lucidez", y Facu lo dibujó, y entre los tres me dijeron: "para la que nació con nombre de escritora". Me acuerdo de Estela en los 50 de mi viejo, cuando le decíamos la difunta correa porque estaba rodeada de botellas de vino; y de Estela en sus 50, cuando llevó a Facu y sus amigos y los hizo tocar toda la noche las canciones que ella sólo quería, para malcriarla. Esa noche, yo llegué más tarde, me acuerdo, y me abrazó y me dijo, por primera vez: "¡Al fin llegó mi sobrina!". 

Yo seguía pensando frente al espejo. A lo mejor no, a lo mejor estaba repasando (entre comillas) para el examen, o capaz estaba en los pasillos de la facultad matando ansiedad. Pero como de vez en cuando me controlaba el arito (no puedo perderlo bajo ninguna circunstancia), pensaba en Estela. Y en que esa podría ser una de esas historias sobre mí pero a través de otra persona. 

De las amigas de mi vieja es la más supersticiosa. Hace unos días estábamos cenando todos y ella le decía a mi mamá que como había empezado el año del no sé qué chino tenía que cambiar 27 cosas de lugar de la casa, y etcétera de cosas que me olvidé. Le gusta la onda oriental, pero nunca aguanta, porque la onda oriental no va con su pasión por la comida, bien latinoamericana y chancha. Ella sabe que a mí también me gustan esas cosas, por eso me recomendó hacer yoga con Raquel; y por eso me mandó un mensaje hace un rato, cuando le conté que me fue bien en el examen: "somos una buena combinación escorpiana. El arito es protección". 

Entre otras cosas, sabe también que yo tengo muchos problemas para rendir, que me pongo mal y me agarra el terror escénico. Y sabe que hay momentos en los que me gusta estar, y abrazarla. Como en la época de los paros de La Capital, que me llevó a tomar un café en plena resolución. Y me contaba, y me contagiaba las ganas de pelear. También como el día que declaró en los juicios contra los genocidas, el día que yo rendía lenguajes II y me tuve que ir porque casi me moría del pánico. Y me tuve que ir a mi casa, o sea, a la puerta de los tribunales, donde me encontré con todos, con Juanma, el medio hermano de Facu, y con los amigos de Facu que habían tocado aquella noche, con mi viejo, con Mauro, con el otro Mauro, y con Ciro, que me escuchó los lamentos, las decepciones, me regaló bizcochitos y me dio muchos mates. Siempre las compañías llegan cuando una más la necesitan, y jamás te olvidas. 

Esa tarde esperamos mucho. Llegué a saludarla a Estela antes de que entre a declarar, yo, por suerte, no quise ir. La abracé a mi mamá, a Sofi, a Facu, que allí atrás iban. Y me volví a quedar con Ciro, a esperar. Un montón. Y después por suerte seguía Ciro, para abrazarme y bancarme las lágrimas de cuando Estela salió, de cuando fue tan difícil verla después de su testimonio. Y nos volvimos a abrazar. Con Facu. Con Sofi. Con mi mamá. Y finalmente con mi tía, que me decía gracias, gracias, gracias... 

A los pocos días, unos días después de ese martes de diciembre; creo que el mismo día que Serrat la llamó a mi tía Estela para agradecerle por haber tenido, en aquellos tiempos, su canción Para la libertad como bandera de lucha; bueno, ese día, Estela me regaló un aro. El que se había comprado para la suerte, para las fuerzas del día que declaró. El otro del par lo perdió entre los abrazos. También tenía una pulsera, que le regaló a Sofía. "Por ser las hijas que no tuvo". Estela siempre quiso tener, después de Facu, a una nena. Pero las circunstancias de la vida nomás le dieron a Sofi y a mí. 

A partir de ese día, siempre que tengo miedo, o que pienso que voy a tenerlo, o simplemente me falta valor, y me paraliza lo que puede llegar a venir, me pongo el arito de Estela y pienso: si no puedo, soy re-pava. Y entonces, se me va el dolor de panza tortuoso, o las ganas de llorar, o lo que sea. Y me lleva una ola de valor gigante, me siento súper enérgica, súper capaz; y ante todo soy, soy, soy... 

Pensé. Todo eso pensé, y después rendí. Y rendí bien. Y me la encontré a Silvina (ver entrada anterior), que me dijo "Ay Laura, estamos todos chochos, los chicos, la familia, los amigos. ¡Sos famosa!"

Después fui a lo de mi amiga Peyi, tomé mates, ella me preparó bizcochos con dulces del sur, yo le regalé galletitas sin animal. 

Después se largó a llover. Guardé el aro en la mochila, por las dudas, y empecé a volver a casa. Atardecía, pero llovía mucho, y el sol no se veía.
En 27 de febrero y Laprida me puse contenta.
Queda linda la mezcla de lluvia torrencial, atardecer nublado y  luces de la ciudad. Y se siente lindo ese aire, y el agua, cayendo - y pegándose- a todo el cuerpo.  

2 comentarios:

  1. de lo mejor que has escrito. a mi entender. seguis bien laura, seguis bien.

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  2. Ay cuchi! nunca sé bien que ponerte Laura porque todo lo que escribís me dan ganas de estamparte un beso en el cachete. pero no te lo digo porque eso ya lo sabesss


    cuuuchi!

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