lunes, 26 de abril de 2010

Entre las cosas que más me gustan de la vida están el clima, el tiempo, las estaciones. Llegué a esa conclusión hace unos meses, cuando me vi teniendo un monólogo completamente retorcido a la vez que trataba de explicarle a un amigo que "me gusta el sol, pero que no hay nada como los días de lluvia, ¡y de la luna ni hablar! Por eso me gustan tantos las noches y tomar mate en las mañanas frías, ir al parque las tardes de primavera porque no hay nada como el calor..." y etcétera.
Esa tarde volví caminando a casa y me puse a pensar en que tenía que hacer algo con este fanatismo tan raro hacia el clima, y descubrí que, además de ser atraída por absolutamente todos los fenómenos naturales, estoy obsesionada con estereotiparlos según las sensaciones que me producen. Dentro de mi propio paradigma hay, entonces, un "sol para tomar mates" y un "sol para estudiar toda la tarde"; un "calor para ir al río" y un "calor para quedarse en casa"; una "mañana para dormir hasta el mediodía" y una "mañana para madrugar, leer, y tomar mate"... la de hoy fue una de esas mañanas. 


Hace unas horas me despertó la rutina. Hace unas cuantas semanas me dio un ataque de rutina, que se manifiesta explícitamente en no dejarme dormir hasta tarde. Si bien en mi lucha contra esta costumbre voy ganando, todavía sigo levantandome temprano sin intenciones de hacerlo, y hoy no fue esa excepción. Pero, para desgracia de mi enemiga número uno, no me molestó tanto despertarme temprano: hoy es de esas mañanas frescas y soleadas, lindas para tomar mate y leer. 

Una vez terminado mi tiempo de ocio mañanero, ví que la instancia de sentarme a estudiar había llegado y no podía escapar más (aunque de hecho lo hice, porque acá estoy) y, como hace un año, estoy lidiando con Shapin y el romance celestial entre Galileo y Copérnico, y como hace un año, me acuerdo de esta parte MEMORABLE de uno de los mejores libros que he leído, que es también mi favorito (Cien años de soledad, de Gabriel Garcia Marquez):

[...]José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerradoen un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de cotnraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía.

Cuando se hizo experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres espéndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete. Fue esa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras Úrsula y los niños se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena.


De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interumpió y fue sustituida por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin, un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su tormento. Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento:


- La tierra es redonda como una naranja.


Úrsula perdió la paciencia. "Si has de volverte loco, vuélvete tú solo", gritó. "Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano." José Arcadio Buendía, impasible, no se dejó amedrentar por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el suelo.


Construyó otro, reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías que para todos resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida navegando siempre hacia el oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio Buendía había perdido el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida hasta entonces en Macondo.[...]


Sí, todo ese palabrerio para este fragmento nomás. 

5 comentarios:

  1. un sol para tomar mates, viva!
    tambien hay otros pradigmas, mirá:

    "cierta enciclopedia china" donde está escrito que "los animales se dividen en a] perte­necientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibu­jados con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas"

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  2. Otro paradigma:

    "De los planetas, Locosmos es el único con cinco soles propios, alrededor de los cuales va dando sus increíbles vueltas. Una de las particularidades de esos cinco soles es que funcionan un día cada uno y los restantes cuatro días (la semana de Locosmos tiene cinco días) permanecen apagados. Como cada sol tiene un color, los días se llaman Azul, Rojo, Violeta, Amarillo y Verde.

    En los días Azules la mayoría de los locósmicos inventan máquinas fabulosas; en los rojos se enamoran; en los Violetas llevan a cabo expediciones increíbles; en los Amarillos se entristecen y recuerdan los días Rojos; y en los Verdes, por último, fabrican incansablemente enanos de cemento para jardín que luego venden a los planetas vecinos."

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  3. Primero, usted llego a esa conclusión cuando yo, precisamente en estos días (vaya contradiccion semántica) llegué a la conclusion que odio el clima, sea cual sea, estoy enemistado con el clima: Odio el verano pegajoso y humedo y el invierno violento y humedo, sufro de un frio terrible todo el tiempo, es horriblemente tortuoso. Me gusta el otoño que se parece a la primavera y la primavera que se parece al aotoño, pero estos dos momentos suman, cuanto mucho, 20 dias al año.

    PD: fantástico seleccion del ese libro, me dieron ganas de leerlo! (no, todavia no lo lei)

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  4. *inserte fragmento de libro que se supone que debió haber leído, pedazo de ignorante, aquí*

    (no, tampoco lo leí)

    Aguante los Weather Underground!

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  5. Qué raro, Jere, que lleguemos a conclusiones cien por ciento opuestas!

    Ahora: ¿no leyeron Cien años de soledad? ¿Y yo no sabía y no pude obligarlos a hacerlo? AgarranseN que empiezo a ponerme insoportable con este tema...

    Ay, ay... dan ganas de tirarles una bomba molotov.

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