Y después nos volvimos, medio rápido nomás, porque no es cuestión -dijo mi padre- de que uno se pase la vida rezando si los caminos ya están trazados, inútil, debatirse. Fatalista, mi padre. Hubo que regresarnos para trabajar, para estudiar, en fin, la vida. Sólo que a mí algo me había sucedio, no sabía bien, difícil de explicarlo, pero la escuela ya me pareció rara. Yo era el único que estudiaba. Capaz por eso, de repente empecé a darme cuenta de una curiosidad: que todo lo que se aprendía era tan distinto de la realidad, que uno vivía haciéndose preguntas que no tenían respuesta. Y muchas veces, mientras hacia changuitas para ganarme unos pesos, mandados o esas cosas como cortar un pasto o cuidar hijos de ricos, yo pensaba que el mundo de los libros y el mundo eran muy diferentes, sobre todo para los más pobres. Entonces me atacaba como un pánico, porque se me hacía que si mi papá se daba cuenta a lo mejor decidía vendernos a alguno de sus hijos. Y yo tenía terror de que me vendiera a mí.
La sola idea me mataba, no lo podía soportar. Nunca pude.
- De "La revolución en bicicleta", de Mempo Giardinelli.
Genial, interesantisimo!
ResponderEliminarbonito laurita.
ResponderEliminarjere vuelve al ruedo, pasato por el nitin.
y eso para mi deberia ser así:
" yo pensaba que el mundo de los libros y el mundo eran muy diferentes"... HASTA QUE LEÍ DOSTOIEVSKI.-
alpargatas si, libros no.
ResponderEliminarLindo fragmento, muy.