-Florencio a muerto, señora.
¡Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura. Seca como la tierra más seca. Y su figura era borrosa, ¿o se hiso borrosa después?, como si entre ella y él se interpusiera la lluvia. “¿Qué habría dicho? ¿Florencio? ¿De cuál Florencio hablaba? ¿Del mío? ¡Oh!, por qué no lloré y me anegué entonces en lágrimas para enjuagar mi angustia. ¡Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi cuerpo transparente suspendido del suyo. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?”
Mientras Susana San Juan se revolvía inquieta, de pie, junto a la puerta, Pedro Páramo la miraba y contaba los segundos de aquel nuevo sueño que ya duraba mucho. El aceite de la lámpara chisporroteaba y la llama hacía cada vez más débil su parpadeo. Pronto de apagaría.
Si al menos fuera dolor lo que sintiera ella, y no esos sueños sin sosiego, esos interminables y agotadores sueños, él podría buscarle algún consuelo. Así pensaba Pedro Páramo, fija la vista en Susana San Juan, siguiendo cada uno de sus movimientos. ¿Qué sucedería si ella también se apagara cuando se apagara la llama de aquella débil luz con que él la veía?
¡Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura. Seca como la tierra más seca. Y su figura era borrosa, ¿o se hiso borrosa después?, como si entre ella y él se interpusiera la lluvia. “¿Qué habría dicho? ¿Florencio? ¿De cuál Florencio hablaba? ¿Del mío? ¡Oh!, por qué no lloré y me anegué entonces en lágrimas para enjuagar mi angustia. ¡Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi cuerpo transparente suspendido del suyo. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?”
Mientras Susana San Juan se revolvía inquieta, de pie, junto a la puerta, Pedro Páramo la miraba y contaba los segundos de aquel nuevo sueño que ya duraba mucho. El aceite de la lámpara chisporroteaba y la llama hacía cada vez más débil su parpadeo. Pronto de apagaría.
Si al menos fuera dolor lo que sintiera ella, y no esos sueños sin sosiego, esos interminables y agotadores sueños, él podría buscarle algún consuelo. Así pensaba Pedro Páramo, fija la vista en Susana San Juan, siguiendo cada uno de sus movimientos. ¿Qué sucedería si ella también se apagara cuando se apagara la llama de aquella débil luz con que él la veía?
Fragmento del libro "Pedro Páramo", de Juan Rulfo . Leí ese libro por allá - por el 2008 - y lo entendí. Y lo quiero volver a leer todos los años, pero no puedo comprenderlo.
Esa cosa fantástica pasa con los textos.
Qué buen libro que es Pedro Páramo. Y qué escritor tan singular Rulfo... Yo también lo leí hace varios años, no recuerdo mucho, pero tiene un cuento largo/novela corta que para mí debe ser de los mejores que se han escritos: El gallo de oro, o El gallo dorado.
ResponderEliminarSi te interesa leer algo muy parecido, e igual de genial, te recomiendo los poemas en prosa de César vallejo: http://www.analitica.com/Bitblio/vallejo/prosa.asp otro de los grandes latinoamericanos.
Saludos.
Ahora estoy leyendo los cuentos de "El llano en llamas"... ¡son todos muy lindos! Mejor dicho: singularmente lindos... Rulfo describe una realidad, muy cruel, de manera de hacerla parecer fantástica...
ResponderEliminarVoy a darle bola a Vallejo, prometido.
:D
Eh, ¡no hablen más de literatura! ¡Me hacen sentir un iggggnorante!
ResponderEliminar:/
Me haces sentir una intelectual
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